Abro los ojos minutos antes de que suene el despertador y ahí está el sueño, redondito, impecable, para que lo transforme en un microrrelato. Entra mi hija gritando: “Mamaaá, hoy hay prueba de geografía y no sé si tengo mapas de América”. Y mi hijo: “ma’ esta tarde juego un torneo, ¿me podés llevar?” Buscamos los mapas, preparamos la mochila de fútbol, los dejo en el colegio, llego al trabajo. Atención al cliente. Por suerte es viernes. Mi marido me avisa que invitó amigos a cenar. Mañana le vuelvo a recordar que tiene que consultarme antes. Entre llamada y llamada de compradores disconformes, hago la lista del súper: carne, verduras, azúcar, jabón, pan integral, queso untable. Y otra de temas pendientes: ortodoncista, martes reunión de padres, reservar salón cumpleaños. De repente recuerdo el sueño, ya con muchos menos detalles. Anoto algunas palabras para no olvidarme: red, pareja, bosque. Mañana lo escribo. Salgo del trabajo. Súper, club, dentista. Cocina. Reunión con amigos. Mañana lavo. Me levanto temprano. Los demás duermen. Platos, pisos, orden, preparar desayuno. El sábado vuela. Domingo almuerzo con los suegros y tarde de cine en familia. A la noche, preparo la ropa para el día siguiente. En el bolsillo del uniforme encuentro una anotación misteriosa. Parece el alias de una clave bancaria. ¿De quién será? Mañana pregunto en la oficina.