El garfio de su mano izquierda era horrendo comparado con su diestro brazo biónico. Al mirarse supo mejor que nadie que los humanos son perfectibles. Así que decidió crear una máquina inteligente que ayude a perfeccionar los inventos del hombre.
Perfectus quedó lista, así que decidió probarla con un auto. Sabía que este invento tenía mucho potencial, pues los motores actuales aún resultan muy ineficientes. Además, tenía curiosidad si la máquina optaría por un sistema bioeléctrico o con hidrogeno.
Perfectus activó su escáner y revisó aquel radiante Ferrari. Procesó los datos y comenzó con la tarea. En la primera iteración extrajo asientos y fierros. Después mejoró pistones, válvulas y poleas. Aligeró el coche y retiró dos ruedas; modificó las restantes. En la sexta iteración prescindió de batería y transmisión. En la séptima retiró el motor completo, cables y más fierros. Con cada iteración su creador dudaba del resultado; más que una evolución parecía un desmantelamiento. La máquina terminó con un artefacto de dos ruedas y una sola cadena. Era una simple bicicleta.