Para que no se desvaneciera tu recuerdo, noche tras noche me esforcé en tallar tu imagen en mi memoria. Con los días, la fui mejorando. Le di más vivacidad a tus ojos grises, te adjudiqué una nariz armoniosa, voz grave y seductora. Tanta perfección me hizo daño, así que poco a poco fui borrando tu figura. Primero desaparecieron las manos fuertes y dispuestas a la caricia, después, tu pelo lacio cayendo a un costado de la frente. Cuando ya no podía vislumbrar ni siquiera tu boca traicionera, me acogí al beneficio del olvido.