vecinos
Al atardecer salí a tomar aire, sentada a un lado de la jardinera vi pasar a Mariana. La niña, hija de unos vecinos se encaminó rumbo a casa de su abuela. Me quedé algunos minutos oyendo los ruidos de la calle. Me pareció escuchar murmullos tras la pared de la cochera. Cruce la puerta. Me asomé. Vi la figura obesa de Jeremías, el vendedor ambulante que sorprendido ante mi presencia se apartó de la niña y se retiró. ¿Marianita, por qué te detuviste? ¿Qué te decía ese hombre? Me preguntó por mi papá, dijo que era su amigo y empezó a tentarme, expresó la niña llorosa, escondiendo sus senos incipientes que cubría con sus brazos. Ve con tus papás, platícales eso que me dijiste. Ella regresó a su casa, quedé en espera de que vinieran a preguntarme algo, no fue así. Pasaron varios días cuando tocaron a mi puerta, era Gumaro, el padre de la niña. Vengo a reclamarle, me dijo, ¿por qué no me dijo nada de lo que ese hombre le hizo a mi hija? ¿Y quién crees que salió a la calle al escuchar la voz se la niña y evitó que sucedieran cosas peores? Estás enterado porque yo le dije que hablara con ustedes, ¿pusiste alguna denuncia? No, ese, ya no pasa por aquí. Es tu conocido, no te atreves a denunciarlo y pretendes acallar tu conciencia reclamándome a mí.
Mariana creció esquiva, rebelde, insolente, según e dijeron. La familia se fue al norte.
Todavía hoy, el abusador se regodea por las calles ofertando su mercancía.
Mariana creció esquiva, rebelde, insolente, según e dijeron. La familia se fue al norte.
Todavía hoy, el abusador se regodea por las calles ofertando su mercancía.
Julia Rojo
30 de September de 2022 / 18:34
30 de September de 2022 / 18:34
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