Entre las voces que lo llamaban, distinguió la de su madre. Fingió seguir jugando aunque el juego había acabado hacía rato. No respondió por miedo a que lo regañara por estar tan sucio. La otra vez, cuando llegó a la casa cubierto de barro y con los bolsillos llenos de cáscaras de naranja y baterías usadas, lo castigó con una faja. ¡Qué no le haría esta vez si lo viera en ese estado! Con la ropa hecha jirones, la piel rasgada como si se tratara de un calcetín roto, por donde asomaban los huesos del pie. Impregnado por ese olor nauseabundo que no se atenuaba ni siquiera por estar dentro del congelador donde se escondió un mes atrás mientras jugaba en el vertedero.
Carabela
18 de September de 2022 / 23:08
El escondite 18 de September de 2022 / 23:08
Carabela
Taller 20 de September de 2022 / 07:42
Elisa A.
 

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