Hacíamos un círculo en la tierra y poníamos un punto de radio. Lanzábamos las monedas al centro y esperábamos turno. El juego consistía en quien sacara las monedas del círculo, golpeándolas con un costado del juguete. A veces aterrizaban paracaidistas con trompos vestidos de lentejuelas, como los mariachis: vistosos, presumidos y pesados. Los rellenabam de tachuelas o clavos para ser más efectivos. En el barrio, la mayoría, usábamos unos trompos famélicos sin peso, ni fuerza, que delataban el status quo de la precariedad. Siempre perdíamos, hasta que cambiamos las normas del juego a la inversa: Trompo que saque las monedas del círculo, pierde.
Desde esa vez, se les acabó su Plaza Garibaldi.