Sara
Tras desatarse una guerra entre dos bandas criminales, con frecuencia aparecían muertos por cuchillo o a balazos, ahorcados o cadáveres sin cabeza mientras los habitantes del pacífico pueblo atestiguábamos, las matanzas. El párroco fue el único que se armó de valor para convocarlos, en el atrio de la iglesia, a entablar un diálogo que, a pesar de haberse convertido en una balacera infernal, trajo una paz duradera —y para ellos, eterna— porque, además de tenderles una emboscada, el cura, los acólitos, el sacristán y dos seminaristas también se armaron hasta los dientes con ametralladoras, lanzacohetes y bombas incendiarias. Ni en las fiestas del santo patrono habíamos visto tanta pirotecnia.
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06 de September de 2022 / 17:19
06 de September de 2022 / 17:19
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