Uno de los abogados, socio de aquel despacho, se paseaba mientras conversaba con alguien en su teléfono celular...y entonces ella pensó que tal vez estaba dividida en dos: una cuando estaba su jefe, y otra que descargaba sus pensamientos en esa computadora, o en un cuaderno, un incesante diálogo en su cabeza, mientras los demás hacían cosas propias de una oficina.
Y ella siempre parecía ir en dirección contraria, a pesar de que tenía que estar en un trabajo convencional; muy lejos habían quedado las ilusiones de ser reportera, o presentadora de noticias. No fue posible, y ni modo, pero el gusano parecía no salirse, siempre rondando para apoderarse de su organismo en su totalidad.
Encima, la necesidad de aprobación por parte de su jefe, el prominente abogado, altamente reconocido. ¿Qué pensaría de ella en realidad? Venía de convivir años con un sociópata de saco y corbata, y eso que según en las organizaciones ya se buscaba implementar un nuevo mecanismo para que los trabajadores no se sintieran colapsados mentalmente, ¡sí, cómo no!
¿Sería capaz de decirle al prominente abogado que el tedio la hundía, que su mente era completamente autónoma, que creaba diálogos por su cuenta?...Un trabajólico, acelerado, estresado, que cobraba 500.00 dólares la hora...
Puestos a encasillar, ¿en qué grupo estaría él?, se preguntó; ¿yuppie? ¿neoliberal? (palabra tan de moda en aquellos días)...
El abogado salió de nuevo de su oficina con el celular en la mano; a ella le parecía una especie de eslabón perdido, tosco, barbudo, de malos modales.
Podía estar equivocada, desde luego. Sabía que como psicóloga se hubiera muerto de hambre.