En el ático, la mujer cosía preciosos vestidos para la pequeña. Le contaba que era hija de un gran monarca, dueño de un cristal mágico en el que podía ver todo su reino; y de un pez, un caballo y un ave de metal que lo llevarían por cielo, tierra y mar si ellas se perdieran. Además, contaba con un cuerno mágico que quien lo tocara podía llamar en su auxilio a un ejército.

—Mami, robemos el cuerno para que el ejército mate a la criatura que nos tiene prisioneras.

—¡Nunca se te ocurra retar a la bestia, mi princesita! Tienes que saber la verdad, ya eres grande. La misma verdad que me contó mi madre, tu abuela, cuando tomé el cuerno mágico para llamar a la policía y que nos liberara del cautiverio. Verás, hace mucho tiempo, una bruja encantó al señor de esta fortaleza. Desde entonces, por las noches se transforma en una serpiente que castiga a las niñas bonitas, pero desobedientes que toman cosas ajenas. Por eso, la serpiente se enroscó alrededor de mi cuerpo hasta casi asfixiarme, y cuando conseguí salir de entre sus anillos babosos, traía pegada a mí una princesita hermana conmigo.

Al otro lado de la puerta enllavada, el señor Pérez vigilaba por medio de un circuito cerrado de cámaras a sus dos hijas.