Luego de reportar la desaparición de su esposa se le pidió relatar los hechos.
—Esa mañana me despedí de ella y fui a mi oficina en el auto. En el trayecto, como no contestaba su celular, hablé a la casa para recordarle que esa noche cenaríamos con mis padres. No respondió sino hasta el tercer intento. Cuando regresé al atardecer para recogerla, no estaba ahí.
—¿Qué hizo entonces?
—Llamé a su familia, a amistades y vecinos y nadie sabía nada de ella. Luego hablé a la policía para hacer la denuncia. Me preocupa que le haya pasado algo con tanta inseguridad y violencia.
—Pase por favor a mi oficina para proporcionarnos más datos para localizarla. ¿Tiene algún inconveniente en que revise su teléfono?
—No, ninguno, adelante.
Al día siguiente, la policía acudió a su casa para arrestarlo bajo sospecha de feminicidio.
—¿Por qué yo?— protestó —. También soy víctima.
—Porque las llamadas que, supuestamente, hizo a su casa, no fueron ahí, sino a un teléfono que difiere solo en un número. El hombre que contestó y al que usted amenazó para que no se metiera con su esposa en tres ocasiones, reportó esas llamadas intimidatorias anónimas, de las que se tomó nota.
—¿Y eso qué prueba?
—Dedujimos, con fundamentos, que usted regresó a su casa y, al no encontrar al supuesto amante, la mató. Anoche encontramos a su mujer estrangulada en un muladar en el camino a su oficina. Por cierto, ¿ese rasguño en la cara se lo hizo ella?
—¿Eh? No, fue al afeitarme ayer.
—De acuerdo, solo era curiosidad. El análisis de la sangre bajo una uña de la occisa nos dará certeza.