Apenas nació, fue a parar a la casa de aquella numerosa familia que tenía gallinas, patos, cerdos, cabras, perros, loros, canarios y hasta serpientes, pero ningún gato. Imitaba a sus compañeros y se ganó su amistad, mientras que los Sánchez lo adoraban. Jamás supo qué animal era; simplemente era diferente al resto. Para sorpresa de todos, cuando una plaga de ratones empezó a proliferar, entró en acción, y fiel a su formación, hizo lo que aprendió: se puso a dar saltitos y empezó a jugar con ellos.