Wayna Picchu
Durante mi visita a Lima, Perú se atravesó un fin de semana y tuve dos días libres. Desde niño me había atraído conocer la legendaria Machu Picchu y ese era la ocasión. Tal vez nunca volvería a tener la oportunidad. Sin perder un instante conseguí el boleto de avión para ir a Cuzco y de ahí, tomé el tren, para visitarla. El trayecto entre las montañas y a lo largo del río Urubamba fue fascinante, pero la vista de aquella antigua ciudad inca me dejó sin aliento. ¡Por fin estaba ahí! Recorrí cada rincón, escudriñé cada piedra y de pronto, lo vi: era el Wayna Picchu, el enorme risco que se alza imponente frente la ciudad y que puede observarse en casi cualquier fotografía o video. Al mirarlo desde abajo, me llamaron la atención varias líneas que vi en la punta. Un guía al que me acerqué me indico que eran construcciones, y al preguntar si era posible ir hasta allá, me respondió que sí, pero que era un camino muy difícil y que sí lo intentaba, sería bajo mi propio riesgo. Esas fueron las palabras mágicas. Cinco minutos después ya estaba en camino y, al cabo de más de tres horas, llegaba a la cumbre a punto de desfallecer, pero feliz. Cuando volteé hacia atrás y vi el panorama que había abajo, casi lloré de alegría; las fuerzas regresaron a mí y me quedé mirando para todas partes mientras mis pulmones se llenaban de ese aire tan puro. Es imposible describir con palabras la vista de la cordillera de los Andes, Machu Picchu y sus alrededores, el río y la selva, que vistos desde ahí, son imágenes que, aun después de muchos años, no es fácil borrarse de los ojos.
Phileas Fogg
09 de March de 2022 / 14:00
09 de March de 2022 / 14:00
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