El X52 leía suspendido sin parpadear. Sus metálicos dedos hojeaban trepidantes las páginas, sus cristalinos ojos golpeaban los extremos de las cuencas provocando un sonido metálico, como una gotera nocturna. Mientras leía sobre el dolor que el personaje experimentaba, le fue imposible sentir; al verlo sucumbir, en una larga escena rodeada de una atmósfera fatal, se descubrió incapaz de llorar. Todo era diferente desde el frío metal; en cambio, en la historia que aún sostenía entre sus manos, aquellos seres extraños reían, lloraban, sentían... Sin dudarlo, arrojó el libro de un sólo movimiento. El golpe fue amortiguado por una montaña de títulos que yacían en el piso chorreando tinta...