En el mercado de libros

Por Pseudónimo

En tanto uno, con su ridículo cuello de encaje y la melena hirsuta, pregonaba con insistencia de Otelo, La fierecilla domada y Romeo y Julieta; procurando llamar la atención, otro, con bigote de villano de película, pipa en mano y un fastidioso aire de suficiencia, intentaba atraer clientes hablando con vehemencia de El ruido y la furia, Mientras agonizo y de La mansión. No lejos de ahí, un tercero, francamente impresentable y desaliñado, lo hacía de El señor de las moscas —que, a juzgar por su apariencia, seguramente lo acosaban—, Ritos de paso y Caída libre mientras un cuarto sujeto, más reservado pero algo excéntrico, no dejaba de alardear de El almuerzo desnudo, Queer y Nova Express. Aquello era un pandemonio. Por mi parte, yo tenía las cosas mejor organizadas y sin tanto aspaviento, anunciaba que En nuestro tiempo, Al romper el alba, París era una fiesta Al otro lado del río y entre los árboles; también que El río de dos corazones, Las verdes colinas de África y Las nieves del Kilimanjaro estaban en El Jardín del Edén, y que los Hombres sin mujeres y El viejo y el mar son Por quién doblan las campanas. Fue cuando entendí La importancia de llamarse Ernesto y no William, fuera Shakespeare, Faulkner, Golding o Burroughs. Quien se dio cuenta de eso, merece un Oscar.
Fernando
27 de November de 2021 / 18:05
Selección del día 2 de Noviembre 27 de November de 2021 / 18:05
Fernando
 

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