Hace años que el rosa abandonó sus mejillas y que el viejo zorro de Shariar, que ahora confía plenamente en ella, se quedó sordo y casi no puede escucharla. Aun así, en cuanto el anciano se duerme, Sherezade sale a hurtadillas del palacio. A cambio de unas monedas las recoge, frescas y jugosas, en las tabernas donde beben los marineros recién desembarcados; en los burdeles de donde sueñan escapar las muchachas; en las puertas del mercado, donde las campesinas extienden sobre gastados trozos de lona un puñado de dátiles, dos docenas de hojuelas o una cántara de miel. Con ellas alimenta lo que fue su salvación y ahora es su condena: la pasión por contar.
Rudolf
15 de November de 2021 / 00:13
Historias 15 de November de 2021 / 00:13
Rudolf
Taller 16 de November de 2021 / 21:10
Mónica Brasca
 

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