La invité a cenar afuera. Sugerí sushi y vino blanco, pero ella prefirió pastas con cerveza. La cantina era ruidosa. Estábamos apretujados en un rincón, acorralados por un grupo de mujeres chillonas que festejaban, además de la primavera, el día de la jubilada. No me resultaría fácil crear el clima necesario. Llegó la hora del postre. Me había olvidado los bombones preparados en el auto. Me levanté con una excusa y le pedí al barman un par de caramelos y una lapicera. Desenvolví uno, escribí en el reverso del papel plateado la pregunta que venía postergando y lo volví a cerrar. De nuevo en la mesa, se lo entregué a ella. Hay que ver la cara que puso al leer la notita: “¿Qué te parece si nos divorciamos?”