Padre
Lucía se queda contemplado el camino por el que se aleja su padre,
sintiendo una punzada de dolor en el corazón. “Trabajando”. Él siempre estaba
trabajando. Ella lo recordaba siempre así, todos los días de su vida los paso
trabajando. En la sierra, en los campos…Nunca lo vio de fiesta, ni tomando
una copa, ni un descanso. Se le rompía el alma viéndolo trabajar siempre tan
duro. Y que de sus labios no se escapara jamás una sonrisa.
Podía parecer que no le quedaba tiempo ni ganas para demostraciones de
cariño. Pero no era así, a su manera tenía gestos de infinita ternura, que
hacían saltar de alegría el corazón de la niña. Esos pequeños ramilletes de
flores que él la llevaba. Eran unas pequeñas flores amarillas que a ella le
encantaban, llamadas “campanillas”, que crecían en la sierra. Y el después de
una dura jornada de trabajo, sacaba ánimos para recogerlas una por una,
formando un primoroso ramito, que le entregaba al llegar a casa. Y que para
ella era el regalo más valioso del mundo.
Y aquellas tardes, en que el mal tiempo le obligaba a regresar antes de la
sierra. Llegaba muerto de frío, a veces mojado, y encendía un gran fuego en
la chimenea, mientras miraba la carita de pena de la niña, se ponía a asar
castañas; porque sabía que a ella le gustaban, entre tanto contaba las
peripecias del día. Era tan entrañable estar allí, sentados al calor del hogar.
Ella se sentía tan feliz de tenerlo cerca, lo echaba tanto de menos.
Lucia atesoraba esos pequeños momentos de felicidad en su corazón,
soñando que su padre tuviera más tiempo para estar con ella, pero la vida no
le dejo disfrutar de nada. Siempre trabajando duro, para sacar a sus seis hijos
adelante. Y de pronto el pequeño mundo de Lucía se vino abajo. A su padre
le diagnostican una grave enfermedad. Y la cruel enfermedad se lo arrebato
cuando ella era casi una niña. Dejando un vacío inmenso en su corazón. El
vacío de los corazones huérfanos.
sintiendo una punzada de dolor en el corazón. “Trabajando”. Él siempre estaba
trabajando. Ella lo recordaba siempre así, todos los días de su vida los paso
trabajando. En la sierra, en los campos…Nunca lo vio de fiesta, ni tomando
una copa, ni un descanso. Se le rompía el alma viéndolo trabajar siempre tan
duro. Y que de sus labios no se escapara jamás una sonrisa.
Podía parecer que no le quedaba tiempo ni ganas para demostraciones de
cariño. Pero no era así, a su manera tenía gestos de infinita ternura, que
hacían saltar de alegría el corazón de la niña. Esos pequeños ramilletes de
flores que él la llevaba. Eran unas pequeñas flores amarillas que a ella le
encantaban, llamadas “campanillas”, que crecían en la sierra. Y el después de
una dura jornada de trabajo, sacaba ánimos para recogerlas una por una,
formando un primoroso ramito, que le entregaba al llegar a casa. Y que para
ella era el regalo más valioso del mundo.
Y aquellas tardes, en que el mal tiempo le obligaba a regresar antes de la
sierra. Llegaba muerto de frío, a veces mojado, y encendía un gran fuego en
la chimenea, mientras miraba la carita de pena de la niña, se ponía a asar
castañas; porque sabía que a ella le gustaban, entre tanto contaba las
peripecias del día. Era tan entrañable estar allí, sentados al calor del hogar.
Ella se sentía tan feliz de tenerlo cerca, lo echaba tanto de menos.
Lucia atesoraba esos pequeños momentos de felicidad en su corazón,
soñando que su padre tuviera más tiempo para estar con ella, pero la vida no
le dejo disfrutar de nada. Siempre trabajando duro, para sacar a sus seis hijos
adelante. Y de pronto el pequeño mundo de Lucía se vino abajo. A su padre
le diagnostican una grave enfermedad. Y la cruel enfermedad se lo arrebato
cuando ella era casi una niña. Dejando un vacío inmenso en su corazón. El
vacío de los corazones huérfanos.
Diderot
07 de October de 2021 / 19:32
07 de October de 2021 / 19:32
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