El ranchero pidió que le sirvieran otro tequila y le invito al extraño un trago
—¿Lo mismo que toma? —preguntó.
—Si gracias, muy amable caballero —contestó el otro, que por cierto vestía un traje negro.
Les entregaron sus respectivas bebidas y el vaquero se sorprendió de la rapidez con que el elegante hombre despachó su bebida.
—Sediento, amigo —dijo sorprendido.
—sírvenos otra ronda de lo mismo —le indico al cantinero.
Esta vez el de la ciudad se tomó la bebida en varios tragos.
Elocuente por los tequilas, el hombre del campo, retó al trajeado a consumir más tragos, con la condición de que el que primero se emborrachara pagaría la cuenta.
—No puedo abusar de usted —revirtió el de la ciudad.
Iba a continuar, pero el vaquero lo cortó —en esta tierra los hombres no se echan para atrás. Tome lo que estaba tomando y yo continuo con mi tequila— le dijo.
Al doceavo trago el ranchero cayó al piso ebrio y fuera de sí.
El citadino iba a pagar la cuenta, pero el cantinero, que había oído todo, no se lo permitió.
—Usted vaya tranquilo —le dijo al fuereño— y le dio otro vaso con agua para el camino.