La explosión y el derrumbe lo tomaron desprevenido cuando bajaba de prisa por la escalera. La sorpresa lo hizo olvidar por instantes ese temor que siempre tuvo por el confinamiento, desde que lo encerraban de pequeño como castigo, hasta la prisión enemiga donde estuvo varios años antes de escapar. Las voces y los quejidos cercanos lo sacaron de sus recuerdos y horribles visiones. Saber que no estaba solo ayudó. Se arrastró entre los escombros y consiguió liberar a alguien en la oscuridad. Continuó hurgando, moviendo pedruscos, pedazos de vigas y pudo hacer que otro más quedara libre. Horas después ya eran siete cuando los equipos de rescate los encontraron. Era un héroe y fue condecorado. No era su intención serlo en ese país ni en esa ocasión: él había colocado la bomba que estalló antes de tiempo en el edificio.