Antes de dar muerte al smilodon con la lanza, el dientes de sable le dio un zarpazo en la cara. Pero al final, él había triunfado sobre el felino y pudo reclamar la presa, una cría de mamut. Destazó ambos animales con una piedra de sílex. Guardó los colmillos, las pieles y la carne ahumada hasta llenar su morral al tope. No podía refrigerar enterrando entre el hielo como antaño. El clima estaba cambiando. Hacía más calor y los glaciares se estaban derritiendo a un ritmo acelerado. La caza escaseaba. Los parásitos abundaban en los cuerpos de los animales y la gente. Una multitud de mosquitos acosaba a cualquier criatura. Debía apresurarse y cruzar los puentes de hielo para llegar al sur donde vivía el médico brujo que podría iniciar los ritos para detener el descongelamiento.

En la sala de la clínica, el médico toma los signos vitales del paciente y explica contrariado a la mujer: —Aunque lo sanamos del cáncer (cosa que no se podía hacer treinta años atrás cuando su marido accedió al procedimiento), esta tecnología es muy impredecible. La criopreservación parece haber causado daño a nivel cerebral.
Presa de la fiebre y atado a la cama, el enfermo sujeta uno de sus molares entre el puño, mientras suplica; “Shaman trae el invierno de vuelta”.
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Elisa A.
 

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