Heredaba un país rico y diverso, aunque plagado de problemas que se habían gestado desde tiempos inmemoriales: inseguridad, injusticia, pobreza y desigualdad, además de corrupción, entre otros asuntos que lo habían llevado al caos y la polarización. Su carisma, la cercanía con los desprotegidos y su ascenso al trono ofrecían una esperanza. En sus manos estaba la oportunidad de sanar las heridas, de tender puentes y crear unidad para construir un nuevo futuro para todos. La desperdició en confrontaciones inútiles con todo aquel que no pensaba igual que él o se plegaba a su plan absolutista, y en hacerse de enemigos para justificar su ineptitud. A final de cuentas, la ambición por un poder omnímodo era, también, parte del legado que recibió de sus antepasados en el trono.