SELECCIONADAS DEL 16 DE ABRIL
Economía de mercado
Black Dot
La economía de mercado se basa en la oferta y la demanda. En mi oficio nos regimos con el mismo principio. A más demanda mejores ganancias. He tratado de promocionar campañas como en las tiendas de comestibles o las de autos con rebajas significativas, aun al dos por uno, pero los clientes, por la naturaleza de los servicios prestados, no se interesan en ahorrar. Ellos desean limpieza y que su comisión sea discreta e imposible de rastrear. Aunque ahora es tan numerosa la competencia, yo soy una institución de la Muerte, un verdadero artesano del asesinato por encargo.
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En automático
Humo blanco
Con solo una víctima en mi haber, subí en el escalafón hasta ser señalado como asesino serial. Sin saber que el arma en mis manos estaba cargada, tuve la mala fortuna de atinarle a un sujeto que se atribuía un origen divino. Durante el juicio, su psiquiatra certificó el padecimiento de personalidades múltiples, y sus devotos creyentes dieron fe de que era un dios gnóstico omnipresente. Ante las evidencias, el magistrado juzgó lógico concluir que lo habría alcanzado sin importar la dirección del disparo y no tuve escapatoria: fui condenado por matar a una cantidad indeterminada de entidades divinas, emanadas a su vez, de un dios arcaico con más de 4.000 millones de años de antigüedad.
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El yeti
Serpico
El ataque fue sorpresivo; nadie lo esperaba. Aquella fría y oscura noche fueron cayendo uno por uno hasta que el último murió entre mis brazos. Las huellas en los cuerpos maltrechos de mis compañeros alpinistas y los golpes y heridas que me propinaron dieron credibilidad a mi relato. De paso, la leyenda volvió a cobrar vida.
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Haciendo carrera
Lafitte
Juan, flaqueó. Quería relatar lo ocurrido con Marina. “Hasta los mejores doctores pierden pacientes”, le dije; “Era un juego y después se quedó dormida”, le insistí. No se convencía. Una piedra lo hizo. No volví a saber de él hasta que lo encontraron al fondo de la barranca. Dijeron que cayó tras un forcejeo y se había golpeado la cabeza al rodar. A nuestra amiga la hallaron muerta detrás de la fuente, donde termina el parque. Corrió el rumor de un pederasta suelto en el pueblo. Nunca fue localizado. Siguieron buscando mientras tres niñas más desaparecieron en seis meses; algunas otras en los siguientes años. Hubo sospechas, interrogaron a los mayores y detuvieron a dos hombres. Entretanto, crecí. Mis padres me anunciaron que iría a la preparatoria en la ciudad. Me alegró saberlo. Prometí empeñarme en mis estudios encaminados a la Medicina y poco después demostré mis habilidades. Pasó el tiempo, y al terminar el bachillerato aún buscaban a un asesino en la urbe. Siete mujeres habían muerto en extrañas circunstancias. Rogué al cielo para que lo encontraran; era importante para mí. La próxima mudanza a la Universidad en la capital me brindaba un nuevo horizonte y la oportunidad de continuar mi carrera.
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Black Dot
La economía de mercado se basa en la oferta y la demanda. En mi oficio nos regimos con el mismo principio. A más demanda mejores ganancias. He tratado de promocionar campañas como en las tiendas de comestibles o las de autos con rebajas significativas, aun al dos por uno, pero los clientes, por la naturaleza de los servicios prestados, no se interesan en ahorrar. Ellos desean limpieza y que su comisión sea discreta e imposible de rastrear. Aunque ahora es tan numerosa la competencia, yo soy una institución de la Muerte, un verdadero artesano del asesinato por encargo.
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En automático
Humo blanco
Con solo una víctima en mi haber, subí en el escalafón hasta ser señalado como asesino serial. Sin saber que el arma en mis manos estaba cargada, tuve la mala fortuna de atinarle a un sujeto que se atribuía un origen divino. Durante el juicio, su psiquiatra certificó el padecimiento de personalidades múltiples, y sus devotos creyentes dieron fe de que era un dios gnóstico omnipresente. Ante las evidencias, el magistrado juzgó lógico concluir que lo habría alcanzado sin importar la dirección del disparo y no tuve escapatoria: fui condenado por matar a una cantidad indeterminada de entidades divinas, emanadas a su vez, de un dios arcaico con más de 4.000 millones de años de antigüedad.
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El yeti
Serpico
El ataque fue sorpresivo; nadie lo esperaba. Aquella fría y oscura noche fueron cayendo uno por uno hasta que el último murió entre mis brazos. Las huellas en los cuerpos maltrechos de mis compañeros alpinistas y los golpes y heridas que me propinaron dieron credibilidad a mi relato. De paso, la leyenda volvió a cobrar vida.
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Haciendo carrera
Lafitte
Juan, flaqueó. Quería relatar lo ocurrido con Marina. “Hasta los mejores doctores pierden pacientes”, le dije; “Era un juego y después se quedó dormida”, le insistí. No se convencía. Una piedra lo hizo. No volví a saber de él hasta que lo encontraron al fondo de la barranca. Dijeron que cayó tras un forcejeo y se había golpeado la cabeza al rodar. A nuestra amiga la hallaron muerta detrás de la fuente, donde termina el parque. Corrió el rumor de un pederasta suelto en el pueblo. Nunca fue localizado. Siguieron buscando mientras tres niñas más desaparecieron en seis meses; algunas otras en los siguientes años. Hubo sospechas, interrogaron a los mayores y detuvieron a dos hombres. Entretanto, crecí. Mis padres me anunciaron que iría a la preparatoria en la ciudad. Me alegró saberlo. Prometí empeñarme en mis estudios encaminados a la Medicina y poco después demostré mis habilidades. Pasó el tiempo, y al terminar el bachillerato aún buscaban a un asesino en la urbe. Siete mujeres habían muerto en extrañas circunstancias. Rogué al cielo para que lo encontraran; era importante para mí. La próxima mudanza a la Universidad en la capital me brindaba un nuevo horizonte y la oportunidad de continuar mi carrera.
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José M. Nuévalos
03 de May de 2021 / 10:57
03 de May de 2021 / 10:57
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