Imagínese intentando escribir los detalles de cruentos asesinatos. Un reto tentador, ¿no cree? Ahora piense en la sangre, los gritos, las muecas de dolor, las súplicas de las víctimas y la mano firme. Algo siniestro y aterrador, ¿no le parece? Póngase por un momento en mis zapatos y trate de percibir lo que se siente cuando las suelas, enrojecidas, aún están húmedas y las manchas en la piel parecen estampadas a fuego. Difícil, ¿no? Procure entender lo que cinco, diez, docenas, quizá centenas significan y el horror de saber que usted estuvo ahí, que lo vio y lo hizo todo. Que, como un dios omnipotente, también lo sabe todo. Cuando lo haya logrado ya no sería preciso escribirlo. Difícilmente desaparecerán esas imágenes, como me ocurre a mí cada vez que recuerdo viejos tiempos y las razones de tanta sinrazón se escapan por el drenaje y las grietas en el piso. Ahora relájese. Esto solo es el prefacio de lo que le espera si quiere, señor escritor, escribir mi biografía. A mí me tiembla la mano.