Hacía tiempo que el tiempo los había olvidado. Ya no tenían memoria de sus hijos, si ellos los recordaban o habían muerto. Daba igual. Estaban tan abandonados a su suerte, como carentes de cordura. Más ese era el vínculo que los mantenía unidos en esa precaria supervivencia, atrapados en un presente oscuro debajo de la autopista que viene del pasado y lleva hacia el futuro, en el inframundo del progreso.

Al encontrarlos después de años de búsqueda, la muerte se conmovió y tomó la decisión de dispensarles el trance. Suficiente olvido, agonía, muerte habían sufrido en vida como para tener que pasar por ellos nuevamente. Sin más preámbulo, se los llevó en cuerpo y alma, obviando el consabido papeleo. Al fin y al cabo, nadie notaría su ausencia.