El forastero
A lo lejos, apenas se distinguen los tejados desteñidos por el tiempo y la iglesia que sobresalen entre los árboles. Mi pueblo, que poca gente conoce, es un sitio pintoresco y singular sembrado en medio de la serranía. Solo tiene tres estaciones: la de lluvias, el invierno y la del ferrocarril. Fue ahí, apenas el año pasado, que vimos por primera vez a ese extraño visitante. Era un jueves cuando llegó por el oriente esa mañana luminosa. Al tiempo que recorría en silencio las callejuelas empedradas y plazas, husmeaba por los tejados, hacía caricias a los árboles, les devolvía sus sombras y arrancaba sonrisas a su paso. En el camino, infundía aliento a las flores y convocaba el trino de las aves. Desde el pórtico de la iglesia subió hasta el campanario y le devolvió sus colores a las fachadas. A lo largo del día, escudriñó cada rincón mientras se enfilaba en dirección al bosque; continuó su andar y se alejó, para nunca más volver, cuando lo perdimos de vista entre las montañas al morir la tarde. Temo que, como a otros turistas ocasionales, el clima de este lugar no fue del agrado del verano.
Per CEO
14 de March de 2021 / 14:00
14 de March de 2021 / 14:00
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