La luz del tráfico se ha puesto roja. Detengo el auto en esta ciudad envuelta en una sutil lluvia. Unos chicos se echan un buche de gasolina y se acomodan en el crucero donde otros, como yo, esperamos el verde. Hacen malabarismos con antorchas encendidas. Artistas de un circo trágico, del espectáculo de la miseria. A los doce, trece años son expertos en escupir fuego. Sus caras que han perdido las pestañas y las cejas lo demuestran. Son una macabra postal del infierno. Mendigan una moneda antes de que la serpiente metálica repte. Con el dinero que junten irán directo a la ferretería. La desesperanza se arregla con un bote de pegamento y bolsas de plástico para inhalar.