Selecciones día 20 (Aben)
Cómplices
Humo blanco
Los árboles son hermosos pero débiles de carácter. Hay que tenerles miedo por ello. Se dejan engatusar fácilmente por felinos para ocultarse de sus presas, por serpientes para obsequiar sus frutos y por donjuanes y rompecorazones.
Remordimiento
bebé
El culpable fue Santa Claus. Durante años, ese desdichado anciano, barrigón y tacaño, me mantuvo en ascuas al pie del árbol, esperando un regalo que jamás llegó. Cuando finalmente me encontré con el viejo, lo até del cuello a la rama más alta, para que supiera lo que se siente estar colgado de una ilusión. Desde entonces me atemorizan los árboles. Veo en cada uno, aquello de lo que es capaz un sueño transformado en frustración.
Enredo existencial
Aplacate
Cruzas la calle corriendo, un ficus carica te corta el paso, lo esquivas, llegas hasta la puerta y te pegas al timbre. Sopla el aire y las ramas de un árbol truenan sobre tu cabeza; levantas la vista, tiemblas, se te hace un vacío en el estómago. Le queda poco tiempo de vida. Suena la chicharra, se abre la puerta.
Al miércoles siguiente, llegas diez minutos antes a tu cita. Frente a la puerta, te levantas discretamente el suéter y de la cintura sacas unas poderosas tijeras, dos, tres, cuatro tajos nada más. Pegas el dedo al timbre, suena la chicharra, se abre la puerta.
Durante todo el invierno desenvainas tu aguzado instrumento cada semana y podas el enredo que asfixia al enorme árbol. Una mañana de marzo miras que brota el primer higo de la temporada. Pegas el dedo al timbre, suena la chicharra y entras al consultorio por tu alta psiquiátrica.
Matrix vegetal
Celecanto
Otra vez la misma pesadilla. Un árbol se cierne sobre mí y me absorbe la vida. Para darme valor, me recuerdo a mí mismo que la humanidad acabó con cientos de hectáreas de bosques. Pero sé que algo anda muy mal cada vez que los veo tan delgados, tan artificiales, como si fueran espejismos. Lo quise comprobar y apuñalé a varios de ellos: el cuchillo salió limpio, sin manchas de savia. Ahora que he roto la simulación y que despierto a la verdadera realidad, me encuentro envuelto entre raíces. No hay ruido, esmog, tráfico, ni ciudades. Temo más que nunca a los árboles. Aún hay miles de ellos que esclavizaron a la humanidad, hace mucho tiempo atrás, para producir anhídrido carbónico con que generar la fotosíntesis.
A ras del suelo
Pingüino
Con su carga a cuestas, caminaba con dificultad sobre terreno agreste cuando sobrevino un terremoto. La tierra se rasgó, un montículo empezó a elevarse sobre el suelo y, de pronto, escuchó una violenta explosión. Atemorizada, apenas tuvo tiempo para correr y ponerse a salvo. Detrás de unas rocas, sus pequeñas antenas se agitaban, mientras sus ojos veían a una tímida hoja sostenida por un tallo, que se abría paso y volteaba con esperanza en dirección al sol. Desde entonces la hormiga vive con miedo de presenciar el parto de un árbol.
Humo blanco
Los árboles son hermosos pero débiles de carácter. Hay que tenerles miedo por ello. Se dejan engatusar fácilmente por felinos para ocultarse de sus presas, por serpientes para obsequiar sus frutos y por donjuanes y rompecorazones.
Remordimiento
bebé
El culpable fue Santa Claus. Durante años, ese desdichado anciano, barrigón y tacaño, me mantuvo en ascuas al pie del árbol, esperando un regalo que jamás llegó. Cuando finalmente me encontré con el viejo, lo até del cuello a la rama más alta, para que supiera lo que se siente estar colgado de una ilusión. Desde entonces me atemorizan los árboles. Veo en cada uno, aquello de lo que es capaz un sueño transformado en frustración.
Enredo existencial
Aplacate
Cruzas la calle corriendo, un ficus carica te corta el paso, lo esquivas, llegas hasta la puerta y te pegas al timbre. Sopla el aire y las ramas de un árbol truenan sobre tu cabeza; levantas la vista, tiemblas, se te hace un vacío en el estómago. Le queda poco tiempo de vida. Suena la chicharra, se abre la puerta.
Al miércoles siguiente, llegas diez minutos antes a tu cita. Frente a la puerta, te levantas discretamente el suéter y de la cintura sacas unas poderosas tijeras, dos, tres, cuatro tajos nada más. Pegas el dedo al timbre, suena la chicharra, se abre la puerta.
Durante todo el invierno desenvainas tu aguzado instrumento cada semana y podas el enredo que asfixia al enorme árbol. Una mañana de marzo miras que brota el primer higo de la temporada. Pegas el dedo al timbre, suena la chicharra y entras al consultorio por tu alta psiquiátrica.
Matrix vegetal
Celecanto
Otra vez la misma pesadilla. Un árbol se cierne sobre mí y me absorbe la vida. Para darme valor, me recuerdo a mí mismo que la humanidad acabó con cientos de hectáreas de bosques. Pero sé que algo anda muy mal cada vez que los veo tan delgados, tan artificiales, como si fueran espejismos. Lo quise comprobar y apuñalé a varios de ellos: el cuchillo salió limpio, sin manchas de savia. Ahora que he roto la simulación y que despierto a la verdadera realidad, me encuentro envuelto entre raíces. No hay ruido, esmog, tráfico, ni ciudades. Temo más que nunca a los árboles. Aún hay miles de ellos que esclavizaron a la humanidad, hace mucho tiempo atrás, para producir anhídrido carbónico con que generar la fotosíntesis.
A ras del suelo
Pingüino
Con su carga a cuestas, caminaba con dificultad sobre terreno agreste cuando sobrevino un terremoto. La tierra se rasgó, un montículo empezó a elevarse sobre el suelo y, de pronto, escuchó una violenta explosión. Atemorizada, apenas tuvo tiempo para correr y ponerse a salvo. Detrás de unas rocas, sus pequeñas antenas se agitaban, mientras sus ojos veían a una tímida hoja sostenida por un tallo, que se abría paso y volteaba con esperanza en dirección al sol. Desde entonces la hormiga vive con miedo de presenciar el parto de un árbol.
Carmen Simón
03 de March de 2021 / 09:26
03 de March de 2021 / 09:26
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