Ventrílocuo
Pitágoras
Desde que obtuvo el empleo ha tratado de atraer su mirada, de desentrañar sus pensamientos y entender esa pose retadora cada vez que la ve. Todo en ella le provoca una variedad de emociones y sentimientos que van desde los celos hasta la alegría y de la soledad a la esperanza. Verla despierta su lujuria y un deseo incontenible de tenerla en los brazos y hacerla suya. No puede sustraerse al encanto de su cabello en el camino hasta la espalda, a la mirada ingenua de esos ojos zarcos o a la sonrisa traviesa envuelta en carmesí. Tampoco a los senos perfectos, del tamaño y forma que sus manos sueñan cada noche, ni a esas piernas, largas y bien torneadas, que asoman debajo de una breve falda ajustada. Su obsesión le hizo pedir que lo cambiaran de departamento para estar más cerca y, confiado, decidió quedarse a trabajar hasta tarde para abordarla y platicar, lejos de miradas y cuchicheos, invitarla a cenar, a bailar, confesarle sus sentimientos y el deseo de estar solos en la intimidad. Tras un diálogo en el que campeó la sinceridad, tomaron rumbo a la puerta, luego de una breve escala en el área de deportes del almacén. Afuera, la gente en la calle los miraba con curiosidad mientras se alejaban. Llamaba la atención ver a un hombre en animada charla con una atractiva maniquí parlante sobre patines.



El paciente
bebé
Soy tímido y poco romántico. Me paralizo ante una mujer que me atrae y no sé qué hacer. Me siento impotente o tal vez lo sea. He recurrido a sicólogos sin éxito, hasta que la conocí. Su inteligencia me sorprende y excita, no tanto como su cuerpo que merecería ser explorado por mis manos. Sueño con besarla, con acariciar sus rizos, sus pechos, sus caderas y el resto de la tersa envoltura de esa mujer que altera mis hormonas. Me consume el deseo, ansío conocer sus secretos y rincones, y adentrarme en la espesura de ese bosque, oculto y lejos de mi alcance, debajo de la bata blanca de Verónica, la sicóloga que más que curar mis males, me enloquece. Como su paciente, muero de impaciencia.


Intento fallido
Shooting star

Sus ojos se entornan para enviar una mirada cargada de intenciones, hacia su ocasional destinatario. La prudencia del sujeto la mantiene indecisa, pero insiste en la conducta provocadora, a medida que se acerca con lentitud, hasta detenerse delante de él. Espera sin éxito, pues el joven se mantiene apático e ignora las insinuaciones y, sonriendo con desdén, toma la mano de un fulano cercano.
La princesa comprueba con pesar, que el novel caballero no ejerce su condición.
Fernando
29 de December de 2020 / 19:03
Selecciones del día 2 de diciembre 29 de December de 2020 / 19:03
Fernando
 

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