Me he predispuesto a contemplarte en la biblioteca de la universidad: abstraído en el libro, siempre circunspecto. Aséptica apariencia la tuya con toques de castidad que, intento imaginar en ritmo orgásmico y no lo consigo.
Hoy me atreví a preguntarle a la empleada sobre el material que lees.
—Habiendo sido el tema de su doctorado “La poesía erótica del siglo de oro español”, pues…, infiera usted — fue la respuesta acompañada de un guiño pícaro.
En un papel he escrito versos, que dicen son de Quevedo, y al pasar frente al adusto escritorio de roble en el que trabajas los he dejado para tu lectura. Sorprendido miras cómo me alejo en tanto me contoneo provocativa.
«Y dijo entonces la fregona al conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
—Pues sople este tizón Vueseñoría».
Escondida en un rincón, entre los libros de poesía americana, te observo a la espera de tu reacción.