Anunciado como la gran fiesta, el maratón de los placeres de la carne, el evento reunió a las deidades del Olimpo moderno: celebridades, personajes del espectáculo y los deportes, playboys, algunos políticos y magnates, influencers de redes sociales y uno que otro mortal capaz de sufragar el costo de admisión. En el maremágnum de piernas, brazos, manos , torsos, sexos y fluidos, todos iban en busca de expresiones inéditas de erotismo, de nuevos placeres y experiencias y de desfogar sus pasiones sin más límite que la semana que duraría. Entre ellos solo había un hombre que buscaba afanosamente algo distinto en aquel océano nebuloso de cuerpos desnudos: sus lentes de contacto, la honra perdida y conservar el anonimato.