—¿Así que estas nuevecito?
—Sí, es mi primera vez —contesté con más ansias que nervios.
Su mano suave se posó en mi muslo por unos segundos. Avanzó al botón de los pantalones, desabrochó para tirar de ellos y bajarlos. Con gran cuidado deslizo mis calzoncillos.
—Qué bonita verga —tienes me dijo y la acaricio.
Sentí que mi pene se endurecía. Un calor que empezaba en mis testículos que ella sopesó con gran cuidado.
—No tengas miedo, te voy a hacer un buen trabajo, de calidad y vas a quedar contento.
Entonces ella se comenzó a desnudar. Estaba un poco pasada de peso, pero era bonita, joven todavía. Eso me dio confianza, porque no era mucho más grande de edad que yo. Vi sus pechos que no eran enormes, los pezones morenos y erectos, tenía un arete en uno de ellos. Vi su sexo sin bello. Contemplé sus muslos anchos y recordé que había leído en algún libro que eran ideales para tener hijos.
Se acostó en la cama y me invito a que me acostara con ella mientras me tomaba de la mano y me atraía a su regazo. Era tierna como mi madre. La quise penetrar.
—No, ahí no. Me estas lastimando —me dijo con voz baja y calma.
Me dio vergüenza ser tan inepto, tan falto de experiencia. Tomó mi pene y lo dirigió a la entrada de su vagina.
—Suavecito, esto es de gozarse no de ganar medallas de oro —me advirtió.
Se hizo el silencio y el movimiento de mi cuerpo. Yo entrando y saliendo en ella. Su paciencia absoluta para conmigo, sus besos en mi cuello, en la caracola de mi oreja y sus uñas rasgando la piel de mi espalda. Todo yo un pene, toda ella una panocha fundidos en una explosión seminal. No supe de mi sino hasta que bajé de esa nube, que regresé de ese viaje Inconsciente .
Ella me preguntó con gran ternura —¿Te gustó?
Quise darle los billetes que traía, pero ella me pidió que los dejara en la mesa de noche.
—Me llamo Blanca —dijo y se quedó grabada en mi memoria para siempre.