La última cueva de los hombres
Una idea siniestra cruzó por su mente al llegar. Había oído decir que solo hombres con toda la barba podían entrar ahí. Al hacerlo, resbaló en una sustancia gelatinosa y un crujido le anunció que un hueso se había roto al caer; uno entre los cientos que cubrían el suelo. Respiró aliviado al ver que no había sido uno suyo, y al notar que la salida quedaba atrás, fuera de su alcance, sintió terror. Quiso imaginar qué más podría ocurrir y a poco lo descubrió. Una emanación luminiscente y vaporosa se filtraba por la paredes brillantes, separándose en girones que adquirían vida y giraban a su alrededor para luego escapar hacia un pasillo al final de la galería. Siguió la ruta y pronto se encontró en un gran salón, donde dos siluetas en la penumbra preparaban un brebaje. Pensó si pedía ayuda o escapaba, pero prefirió observar con sigilo y tratar de adivinar sus intenciones, hasta que, sin haberlo visto siquiera, una de ellas le indicó que se sentara en un sillón. Quiso negarse, mas un hombre malencarado con una navaja en la mano, lo convenció. Mientras pensaba qué hacer, el sujeto le cubrió la cara, y el paño húmedo y caliente lo adormeció. Al despertar y ver su rostro en un espejo, difícilmente pudo reconocerse. Además de admitir que el corte de barba había sido estupendo, su imaginación le había dado la oportunidad de trazar las líneas generales de su próximo relato.
Pitágoras
15 de November de 2020 / 15:04
15 de November de 2020 / 15:04
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