Como la fresca mañana

Dentro de ti, dentro de mí, en todos habita la sed. El hambre de alcanzar a otro, de herir y extraer sangre, de arrancar entrañas, de desollar al prójimo hasta exponer sus huesos. Solo es cuestión de dejarse ir y dar rienda suelta a nuestro instinto primitivo, de escuchar los que nuestros más remotos antepasados dejaron para la posteridad. Hay que sentir el rencor y dejarlo que circule, quemador, por las venas, dejar que la furia avasalle las ideas y encontrar cualquier odio. Hay que dejarlo emerger con un garrote o un puñal oxidado y enterrarlo repetidamente en un pecho, un ojo, entre las costillas, beber el líquido tibio que es la misma esencia de la vida. Después dejar descansar a ese ente y volver a ser tú, yo y todos esos que caminamos por la vida sin sospechar de nosotros mismos.