Recorrió el viejo barrio donde habitó desde joven. Acababa de asistir al entierro de la mujer que amó en penoso silencio. Al regresar del panteón a casa se encontró de pronto con la seguridad de que la vida y la muerte transitan sobre un mismo camino hasta llegar a un punto en que se separan. Supo también que en ese lugar dejamos de pertenecer a una y empezamos a formar parte de la otra que es eterna y que las dos son el producto de un acto fortuito en el que nuestra voluntad nada puede decidir.