El paseo dominical por algún parque era imprescindible para olvidar una semana de arduo trabajo. Disfrutaba ver las caras de incredulidad de los niños y sus risas al verlo pasear, y en ocasiones perseguir, a un perro invisible e imaginario sujeto por una correa y un collar a los que había insertado un alambre rígido. Nada comparable con el regocijo y placer que le producía el desconcierto infantil al aprovechar la circunstancia y, con el apuntador láser que llevaba en la otra mano, reventar sus globos.
Donostiarra
22 de September de 2020 / 09:42
Placeres pueriles (Fuera de concurso) 22 de September de 2020 / 09:42
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