Se había habituado a su compañía. La mimaba, cumplía sus caprichos. Lunes y jueves, al llegar de la oficina le preparaba su platillo favorito: salmón salteado. Martes y miércoles, cocinaba pollo. Sábados y domingos eran aventuras culinarias. Los viernes, que llegaba tarde después del bar y un tufo que ella evitaba, compraba algo en el camino. Nunca faltó una noche. Fiel hasta la muerte, siempre dormía con ella después de juguetear un rato.

Fue muy duró cuando ella se fue. Como era costumbre, su amada Canela se había fugado otra vez con un gato callejero. Seria la última que se lo perdonaría.