CADA SEMANA

Termina el almuerzo y se dirige al muelle.
En la taberna ya lo esperaban impacientes apurando un trago de orujo.
Se sentó junto a sus viejos compañeros y, como cada jueves, les cuenta una historia. Dice leerlas en un libro de relatos que nunca se acaba. Pero es mentira. Ni siquiera sabe leer.
Hoy también es jueves y como de costumbre, ha vuelto, pero esta vez, ante las miradas expectantes no consigue articular palabra alguna porque su imaginación se ha secado.
Pide disculpas: las letras de su libro han desaparecido.
Se marcha cabizbajo, incluso avergonzado.
Es temprano y echa la tarde viendo zarpar los barcos. Se abrocha la pelliza, ¡esta eterna humedad le come los huesos!
Anochecido, se recoge. Está triste.
Al llegar a su casa, hay algo en el zaguán. Lo recoge y entra.
Lo abre. Es un libro con mil cuentos.