Se chupaba el dedo, mordía sus uñas y se comía los mocos. Aún tiene presente ese día –que recuerda como su primer razonamiento formal– cuando vislumbró que aquello era impropio para su edad. Lo pensó varias veces, se convenció y, tras un gesto de fuerza de voluntad, dejó de hacerlo. No podía permitir que sus pequeños hijos copiaran esas costumbres.
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Carmen Simón
 

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