Al desprenderse de su traje de funcionaria se sintió como si abandonara un pesado abrigo al despuntar la primavera. Comenzaba una feliz jubilación. Los demás vestidos, el de amante, el de cocinera, el de lectora, el de caminante, se fueron deshilachando poco a poco, sin que pudiera hacer nada por recomponerlos. Vuelta a su desnudez original tanteó a su alrededor, confiada; pero, dispuestas como al principio a darle el cobijo que necesitaba, las manos de su madre ya no estaban allí.