Me decía que ya no tenía sentido su desnudez. Pero ella insistía en hacerlo y yo acompañaba la escena. Se iba quitando las prendas y dejaba al descubierto carnes flácidas y piel rugosa. Sus ojos habían perdido brillo y ya no era seductora la entonación de su voz. La melena rala y opaca rodeaba apenas el óvalo de la cara y sus movimientos no armonizaban con la melodía.
Día a día el ritual se concretaba. Pero una noche, no fue ella la que dejó de danzar, fui yo que, paralizado, no pudo huir despavorido al descubrir quién era la prístina bailarina.
Anub
19 de August de 2020 / 01:56
Revelación 19 de August de 2020 / 01:56
Anub
Taller 19 de August de 2020 / 17:19
Elisa A.
Mi dirección de correo electrónico es 19 de August de 2020 / 21:49
Elisa A.
 

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