Sabía que sus seres queridos no le pertenecían, ni el dinero, bienes o propiedades; menos aun la vida. Estaba convencido de que todo estaba a título de préstamo y que lo único propio era la sabiduría. tal vez alguien intentaría copiarla, pero nadie la podría secuestrar, matar o robar. En su último diálogo con el tiempo, cambió de parecer. Entendió que ni siquiera era dueño de ella. Puso su mente en blanco y se rindió ante él sin nada más que su desnudez, su única y verdadera posesión.
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15 de August de 2020 / 20:48
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Patricia Mejías
 

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