A los cinco años lo trajeron al internado. En una caja de cartón la poca ropa que tenía y un par extra de zapatos, que pronto le quedaron muy apretados. Lo acomodaron en un dormitorio y la abuela le dio la bendición y le recomendó que se portara bien. Después la vieja y el tío se marcharon caminando sin ninguna prisa. Los vio desde la puerta principal y trató de soltarse, entre llantos y desesperación, de la mano férrea de aquel extraño. Unos días antes su madre había muerto y ahora la angustia, atorada en el pecho, le decía que se quedaba solo para siempre.
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05 de February de 2017 / 03:31
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Marcial Fernández
 

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