Dicen que los ríos no tienen memoria. Hace cinco años que mi esposo Oscar, mi hija Valeria, y yo, decidimos dejar El Salvador para irnos a México y pedir asilo político en Estados Unidos.
Matamoros fue la ciudad fronteriza donde esperamos durante meses. La pobreza, la incertidumbre y la tardanza de los trámites nos obligó a tomar la decisión de cruzar nadando el Río Bravo.
Ni Oscar, ni yo, sabíamos nadar menos Valeria con apenas dos años. Ese día parados frente al rio y tomados de la mano le pedimos a la virgen de la Paz que nos diera alas para volar, y no tocar el agua. Besé a Valeria y la persigné, me aseguré que en su cuello colgara la cadenita con la medalla de la virgen. Aterrada comprobé que no la tenía, le supliqué a Oscar que regresáramos a casa, que sin la medalla nada iba a resultar.
Necio me arrebató de los brazos a Valeria y la acomodó en su espalda dentro de su camiseta y sin darme tiempo saltó al río. Me quedé paralizada rezando por un milagro. Llegaron a la otra orilla, interrumpí mis rezos, Oscar dejó a la niña y regresó a ayudarme.
Valeria al ver que se alejaba, entró en pánico y se arrojó al agua, grité con todas mis fuerzas para alertarlo. Regresó por la niña pero una corriente la arrastró, consiguió alcanzarla, la sostuvo en sus brazos, perdió fuerza; ganaron peso, se hundieron. Me quedé paralizada, sin ganas de luchar por nada ni nadie, esperando que todo fuera mentira.
Año con año con los ojos de la memoria visito el río desde mi orilla, en la cama de un hospital psiquiátrico, y veo a Oscar y a Valeria, conmigo, sin lugar fijo donde vivir, como el agua que fluye; sabia y sin apoyo firme.

Autor: Mapache
Jurado: Orlando Ortiz
Fictimínimo ganador del concurso de agosto de 2019..
Marina
22 de September de 2019 / 10:26
Aniversario 22 de September de 2019 / 10:26
Marina
 

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