La Marina de Ficticia
MINIFICCIONES FINALISTAS DE AGOSTO DE 2022

Tema: Testigo de un crimen
Juez: José Manuel Dorrego Sáenz, escritor español


Día 1
Tallerista: Carmen Simón

El juicio final
Gesel van God

Noé y su familia fueron interrogados por el abogado del diablo sobre los hechos que presenciaron. Sin titubeos admitieron que había sido la mano de Dios la que abrió las compuertas del cielo el día del Diluvio Universal. Más adelante, cuando los Testigos de Jehová fueron llamados a declarar, se encontraron ante una encrucijada: o ratificaban la acusación o desconocían las escrituras.

***

Una explosión de sabor
Pi

Iba detrás en la caravana con la que escoltábamos al ministro. En un descuido, un auto se adelantó al que yo conducía y en medio del caos vial y el atasco nos separamos. A la distancia, pude observar a una viejecita en muletas que sorteando hábilmente los vehículos se acercó al auto principal. Vendía Takis Fuego, los famosos snacks extra picantes. Cuando vi que desde el blindado se abría la ventanilla, quise advertirles del peligro por la radio, pero ya era demasiado tarde. Todos sus ocupantes volaron por los aires.

Hasta el momento, nadie se ha adjudicado el atentado y la única certeza es que la infeliz anciana fue atleta olímpica, porque desapareció al instante en solo tres saltos.
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Día 2
Tallerista: “Alferez”

El asesino anda suelto
Apostador

Dick Tomorrow —mi auxiliar— se internó en la oscuridad. Andaba tras el asesino en serie llamado Jake "Rompepantis". Lo atrapó. El malvado transformista se tornó en un cobarde adherido a la pared lleno de terror:
—No, no me dispares —suplicó a mi subordinado quien le apuntaba—. Soy un malhechor, travesti, pero no un asesino. No soy "Rompepantis". No me hagas daño —alcanzó a balbucear. Arrastraba con pavor las palabras, aunque de nada le sirvió. Dick Tomorrow hizo cinco disparos que aseguraron el adiós del imitador de mujeres hacia el otro mundo.
Entonces sorprendí a Dick. Hacía semanas que le seguía los pasos.
—Lo tuve que matar —dijo mientras pretendía guardar la pistola a un lado de la tetilla izquierda; en realidad sacaba otro revólver.
—¡Dame el arma y las balas! —le ordené. Fingió asombro y espetó:
—Lo tenía que matar. ¡Era él o yo! ¡No me dió alternativa!

Silencié a Tomorrow con un tiro en la frente. Lo había descubierto desde el tercer asesinato; fue entonces cuando me ví arrastrado por la vorágine homicida. Los últimos crímenes los cometí yo, no ese guiñapo que yacía al lado de Dick.
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Día 3
Tallerista: Jorge Oropeza

El Aforista
cero

De haber sabido que ibas a morir, no te hubiera matado.

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Nadie conoce a nadie
Cris Down

Del asesino no se volvió a saber nada, solo que le vieron abandonar la escena del crimen de la mano de los testigos.

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Salto mortal
Pitágoras

Observé atento cómo el acróbata surcó los aires con gracia y soltura después de tres giros. Entretanto, despreocupado y cruzado de brazos, su colega esperaba con paciencia en el otro trapecio.

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Crimen desorganizado
Tristan

Al regresar a casa después del trabajo, me encontré sentado en la sala, con un disparo en la cabeza. La policía tocó a la puerta, alertada por los vecinos. Les expliqué lo ocurrido, palmearon mi espalda y explicaron que era la tercera vez en la semana que veían un caso como este, en el que el crimen llegaba antes que la víctima. Dijeron que no me preocupara, todo se arreglaría en un día o dos, cuando cazaran al asesino o algún inocente que pronto sería sospechoso de un homicidio por cometer.

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Unos minutos tarde
Big Brother

Parecía que el hombre daba un beso apasionado a su amada cerca del balcón. Al verla caer inconsciente en cuanto la soltó, me acerqué para ayudar. Él me repelió diciéndome que no la tocara ni me metiera en sus asuntos. Después se me vino encima. Le propiné un puñetazo que lo tiró al suelo y me quedé sorprendido al ver que lo había hecho sangrar de la boca. Mientras se incorporaba, su actitud y la feroz mirada me hicieron descubrir que esa sangre no era suya, sino de la incauta mujer a la que acababa de succionar con esos colmillos descomunales.
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Día 4
Tallerista: Marcial Fernández

Oh, Susanna
Pingüino

Recién llegado de Nueva Orleans, entré en aquel bar en donde sonaban las notas del piano y el banjo. Mientras unos parroquianos jugaban póker, otros solo se divertían bebiendo. Cuando observé hacia el fondo, los vi a través del humo. Dos hombres armados, una mujer y varias botellas de licor eran una combinación peligrosa. En cuanto Billy apuntó, Tommy hizo lo mismo. Mirándose, sonaron dos disparos. En la confusión, uno se arrojó sobre el otro mientras se desplomaba la infeliz corista, herida de muerte por partida doble. Ellos huyeron por la trastienda tomados de la mano.

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Trío
bebé

Al regresar a su casa la encontró rodeada de curiosos, policías y una ambulancia. Los vecinos aseguraban haber escuchado gritos, una pelea y dos disparos. En ese momento sacaban un cadáver y, temiendo lo peor, preguntó quién era.
—Hasta donde sabemos, se llamaba Inocencio Tévez.
—Pero ese soy yo, el dueño de la casa.
—Ah, entonces no se preocupe: es uno de los amantes de su mujer, el otro sólo está herido.
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Día 5
Tallerista: Daniel Frini

La masacre
Pepe Le Pew

En cuanto se apeó del auto, frente a la Plaza de la Ópera, cobró a su primera víctima. Mientras avanzaba, más muertos caían a sus pies. Era imposible resistirse al fuego de sus labios, a la mirada penetrante de aquellos ojos verdes o a ese ondulante movimiento de serpiente. Pensé que sería un crimen privarme del espectáculo desde mi lugar privilegiado en la terraza del Café de la Paix, pero cambié de opinión cuando la vi llegar frente al hombre en la mesa contigua. Sacó discretamente un arma del bolso, disparó a quemarropa y, sin inmutarse, dio la vuelta para continuar matando transeúntes con aquel cuerpo de Atenea, mientras se confundía entre la multitud.

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Solo se vive dos veces
Murata

Amenacé al sujeto con un cuchillo y le apunté en varias ocasiones. Ante la ausencia de alguien que presenciara lo que sería una obra maestra criminal, reflexioné. Era injusto privarlo, sin más, de la vida. Merecía una oportunidad para ser testigo de la experiencia de morir: la primera, de miedo; la segunda, de verdad.

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La fusión de la materia
Simbad

Mientras la asistente se preparaba para atestiguar su vuelo en el otro extremo, el hombre bala accionó el percutor y salió disparado. A pesar de que murieron en el acto, el experimento fue todo un éxito: era la primera vez que asesino, proyectil, testigo y víctima se fundían hasta convertirse en una sola masa sanguinolenta.

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El Metaforista
cero

Dicen que quién salva una vida, salva al mundo entero... Entonces, he condenado al mundo.

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El salón de la fama
Volkandert

La colección de figuras a tamaño natural de celebridades desaparecidas era su mayor orgullo. La perfección era notable. La mala fortuna de su creador se manifestó cuando una de ellas empezó a desmoronarse y a emitir malos olores por un error de taxidermia.
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Día 6
Tallerista: Patricia Dagatti

Sierra del Sur
Matilde

El mirador, en lo alto del profundo cañón, es un sitio impresionante. Tiene una vista formidable que domina las vastas tierras, bosques y minas de las que, muy pronto, mi marido será el único dueño. Es también un lugar muy entrañable, idóneo para dar el último adiós a los socios que lo han acompañado a visitarlo.

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El único testigo
Serpico

Rayaba en el morbo el placer que me producía observar el cuidado y dedicación que aquel hombre prestaba a cada detalle de lo que era un crimen perfecto. Era evidente que se trataba de un experimentado profesional, metódico, pulcro y preciso. No había nada que pudiera parecerse a un error, excepto que, atado en esa mesa, yo era su siguiente víctima.

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Asunto de inteligencia
P. Razo

Terlenka Wyborowa era una espía rusa a la que debía vigilar. Desde el edificio de enfrente escuché sus conversaciones y llevé un registro de cada movimiento por varios días, informando a mis compañeros para que la siguieran cuando salía a la calle. Necesitábamos averiguar quiénes eran sus contactos antes de neutralizarla. Aquella tarde la vi regresar y, al abrir la puerta de su departamento, una silueta apareció de pronto junto a la ventana. De un tajo, cercenó su cabeza, la envolvió, la puso en un fardo y apagó las luces. Notifiqué de inmediato lo sucedido, pero jamás dieron con el asesino, quien —supongo— ahora es rico. Si hubiera sabido antes que su cabeza tenía un alto precio, habría conseguido dos salvoconductos para irnos a estrechar las relaciones internacionales en una isla desierta del Caribe. Después se la cortaba yo mismo.
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Día 7
Tallerista: Sara Coca

El único testigo
Crusó

"Es importante no dejar un solo testigo", pensó el asesino mientras quitaba el seguro y se disparaba en la sien.

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Precipitación
Diderot

Decidimos acabar con los testigos aquella misma noche: es una lástima que aún no nos hayamos decidido a cometer el crimen.

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Crimen sin dolo
Simbad

La primera vez fue un accidente con el hacha. Como no hubo testigos, tuve que repetir lo ocurrido para asegurarme de que hubiera alguien que lo confirmara.
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Día 8
Tallerista: Dolores Díaz A. (“Tequila”)

Renuncia
Papalotl

El mayordomo se prepara para un largo viaje. Oculta entre sus ropas la valiosa daga toledana y cierra la maleta. Entretanto, el Conde de Valleverde no sabe qué hacer; deambula inquieto por los pasillos y salones de la solariega mansión en busca de la joya familiar. No puede permitir que el sirviente se vaya sin pagar por sus delitos. Al verlo salir de su recámara, grita sin que se escuche sonido, busca interponerse en su camino y corre desesperado tras él, en un último intento por detenerlo, al tiempo que atraviesa paredes, habitaciones y muebles ante la mirada de la cocinera y el jardinero, únicos testigos de su asesinato, que también flotan en el aire.
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Día 9
Tallerista: Lucía Casas Rey

Los juegos del hombre
Phileas Fogg

—Señores, esto no es un Reality Show —anunció el comandante frente a la tropa—. Es un ejercicio real de combate. Aquí no nos jugamos la permanencia en un espectáculo, sino la vida. En tanto yo esté al frente de ustedes, lucharemos hasta la muerte, ¿está claro?
—¡Síí, señor! —respondieron todos a coro.
—De los treinta que somos, solo sobrevivirán los más aptos, ¿entendido?
—¡Entendido, señor!
—¿Alguna duda?
—¡Noo, señor!
—Entonces, ¡empecemos!
Luego de que veintinueve disparos sonaran al mismo tiempo, los soldados se estrecharon las manos y dejando atrás el cadáver, abrazados, entre risas y cantos, se fueron a la taberna del pueblo más cercano a celebrar el fin de las prácticas militares.

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Foie gras
Simbad
Los invitados a la mansión estaban más que complacidos por la esplendidez de su anfitrión. La comida era abundante y exquisita. Del amplio y variado menú, Jacques solo se reservaba para sí uno de los platillos que preparaba a la vista de todos: el delicioso producto del hígado graso de alguno de sus anteriores huéspedes. Por desgracia, el único testigo de aquellos crímenes fue convertido en el fiambre.


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El coronel y el sargento
Héctor

Hacía cinco semanas que el coronel había perdido a sus tres hijos y a su esposa en un accidente automovilístico.
A la hora del almuerzo, citó al sargento Ramírez a que se vieran bajo un flamboyán, no muy cerca del regimiento.
El sargento, al llegar al sitio y ver al coronel sentado al pie del árbol con su nueve milímetros en mano, le comenzó a oler mal el asunto.
—Te quiero pedir un favor, Ramírez.
—Lo que quiera, mi coronel.
—Hace tres días un médico hijo de puta me dijo que tengo cáncer de próstata y que es terminal —el sargento tragó saliva— y que... con suerte, podría vivir unos seis meses.
—Lo siento, mi coronel.
—Bien, Ramírez, te pido que me mates.
—Pero...pero, coronel ¿por qué yo?
—Porque sé que ya mataste a dos.
—Pero ellos me apuntaron primero, mi coronel, fue en defensa propia ¿y por qué no se suicida?
—¡Sargento de mierda, te di una orden, mátame o te mato yo!
El sargento dio medio paso atrás y sacó su treintaiocho especial, apuntando al suelo.
— ¡Firme, pedazo de mierda! ¿Qué irrespeto es ese de sacarle el arma a un superior?
El sargento se puso en posición firme, haciendo el saludo manual con la pistola tocando su visera.
—Te voy a decir algo, recluta, solo para darte gusto: si te mato, me suicido; así que, contaré hasta tres.
—Pero, coronel, espere...— el miedo del sargento se puso alerta.
—Uno... dos... tres.
Dos detonaciones provocaron la huida de los pájaros del flamboyán.
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Día 10
Tallerista: Tomás del Rey

La testigo muda
Luz y Fer

La vieja escuchó los ruidos, el forcejeo, los gritos, un golpe seco, los quejidos de su marido y después, nada. Esperaba no haber sido vista en aquella oscuridad. El asesino se le acercó sigilosamente mientras ella, escondida en sus tinieblas, buscaba con las manos algún objeto para defenderse. Después de limpiarlo, el hombre dejó el pesado candelabro sobre la mesa sin hacer ruido, dio media vuelta y salió por la ventana abierta. La habría matado también, pero la ceguera garantizaba su silencio.

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El duelo de Dionisio
Pseudónimo

Tras la violenta muerte de su padre, acompañé a mi amigo a lo largo de las etapas del proceso. Al principio, durante la negación se rehusaba a admitir la realidad. Después vino la ira: enfurecía cuando decíamos que nadie mejor que él pudo haberla evitado. Luego, en la negociación, se preguntaba qué habría ocurrido si no hubiera salido a relucir el arma o si no hubiese tenido balas. Más tarde cayó en la depresión. Con ella surgió el sentimiento de inseguridad, de un enorme vacío y que ya nada sería igual para él. Por último, al llegar la aceptación, se resignó a adaptarse a las circunstancias y a seguir adelante con su vida. Finalmente había descubierto su verdadera vocación y sin más incertidumbre sobre el futuro, ahora es feliz en su nuevo empleo como asesino a sueldo.

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Difícil de matar
Serpico

La vida se había vuelto demasiado monótona para Anselmo. Solo la emoción del acecho nocturno, de la cacería de aquel asesino que había sembrado el terror en la ciudad y de la adrenalina a tope le daban interés a su vida. Estaba seguro de que debía de ser todo un maestro del disfraz. Después de haberlo matado más de veinte veces —como podía atestiguar su cuchillo—, reaparecía con una nueva apariencia siniestra: un taxista travesti, la mujer histérica del tercer piso, el vendedor de seguros, un niño mimado y voluntarioso en el supermercado o el encantador de serpientes de la plaza.


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El alquimista
Simbad

Debía determinarse la causa de las muertes que los testigos le adjudicaban a don Jacinto. La competencia y habilidad del médico forense quedaron demostradas cuando, de manera pulcra y con todo el rigor científico, estableció que esos lamentables decesos se debían, sin lugar a dudas, a las altas concentraciones de plomo en las víctimas.

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Sicarios
Murata

Ninguno de nosotros se atreve a contradecir al jefe. Quienes lo hacen reciben un tiro en la frente. Ese infeliz siempre tiene la razón y es imposible vivir así.
—Ya morirá algún día —me dijo por lo bajo uno de mis compañeros.
—¿Pero cuándo? —le respondí.
—El día en que a todos juntos nos asista la razón.
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Día 11
Tallerista: Carlos Bortoni

En vías de un adiós para siempre
Big Brother

Cuando ella lo abandonó, recibió un fuerte golpe. Sintió que la vida se le desmoronaba al verla partir en el último vagón. Algo maltrecho y dolido, logró levantarse y ponerle rumbo a sus pasos. Poco después vio luz al final del túnel, pero cuando el maquinista reparó en su silueta, ya era imposible detener el tren.

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Yo lo vi todo
Gesel van God

Alcancé a reconocerlo cuando tiró el cuerpo al río. Era hábil y escurridizo. En el bajo mundo lo conocíamos como "Schengen", mote que se ganó luego de que, el año pasado, ahorcara a Grecia, Francia, Italia y Austria, nombre profesional de cuatro chicas del exclusivo burdel "Europa". Espero que no haya matado a Selene, porque tendríamos que buscarle otro apodo.

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Testimonio inocente
P. Razo

Supuse que se trataba de un asunto de gravedad cuando los sujetos llegaron con prisa al edificio y, tras bajar del auto a un hombre inconsciente, lo cargaron entre cuatro para subir por el ascensor hasta el último piso. No me equivoqué: es claro que su intención era comprobar que Newton tenía razón, aunque el desastre que dejaron sobre la acera me hace pensar que, quizás, tenían alguna otra.

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Competencia de tiro
Simbad

No iba a ser fácil superar a mis dos contrincantes, pero logré eliminarlos cuando las dos primeras flechas dieron en el blanco. El último tiro, que apenas rozó la diana, fue suficiente para ganar la justa ante la incredulidad y desconcierto de los espectadores.

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La muerte viste de blanco
Camaleón

La enfermera que entró a nuestro pabellón me dio mala espina. La sensación desapareció después de que inyectó al paciente a mi derecha. Al escuchar un largo pitido en el monitor cardíaco se convertía en terror.

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Vitral
Héctor

El payaso se sienta frente al espejo del armario a quitarse el maquillaje; de repente, nota que su reflejo está inmutable: mueve una mano y nada. Intrigado, se queda quieto para ver qué pasa ; la imagen del humorista abre una gaveta, saca un revólver y se dispara en la sien. El cómico se levanta asustado por la explosión y, al verse tirado en el suelo interior del cristal, corre hacia el baño, se para frente al espejo y no ve su rostro. Luego regresa y se sienta de nuevo frente al armario. Abre una gaveta ?mientras su reflejo otra vez se ha quedado estático?, saca un revólver, se lo lleva a la sien, dispara y se derrumba. La imagen del payaso se levanta asustada por la explosión y desaparece del cristal.
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Día 12
Tallerista: José Luis Sandín (“El águila descalza”)

Testimonio
Lafitte

—¿Presenció el asesinato?
—Sí, todo ocurrió frente a mis narices —respuso con la mirada fija en el infinito.
—¿Vio al que lo hizo?
—¡Qué va!, eso hubiera sido un milagro, no un crimen —dijo el ciego.
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Día 13
Tallerista: Víctor M. Campos

Coulrofobia
Gesel van God

No se escucharon disparos durante la persecución, pero cuando el hombre dobló la esquina, la súbita aparición del siniestro payaso bastó para fulminarlo.

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La memoria de Gilberto
Papalotl

Fue por 'ai del veintisiete cuando todo esto ocurrió y pa' cuando terminó la guerra, se olvidaron del padre Gil. Dos hombres corrieron al templo pa' decirle que iban por él, mientras le gritaban que corriera sin que olvidara el fusil. Pero les dijo que huyeran, porque su hora ya iba a llegar, y cuando apareció la tropa en el atrio, él los esperaba de pie. Lo lazaron como marrano antes de enfilar por la calzada, y al llegar a la orilla del río, muy cerca del robledal, le ordenaron que se encuerara, porque lo iban a desollar si no decía dónde carajos estaba lo que era nuestro cuartel. No dijo una sola palabra y solo se carcajeó; aguantó como los machos hasta que lo dejaron sin piel. Y así de breve es la historia de un hombre muy cabal, que era un santo con sotana y un demonio pa' peliar, quien se rió de los pelones mandándolos mucho a chingar, y aunque lo dejaron bien muerto, nunca suplicó por piedad. Apenas era setiembre, a tres meses de Navidá...

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Testigo ocular
Humo blanco

El golpe de la roca lo sacó de la órbita. Mientras se alejaba dando tumbos, el ojo de vidrio era testigo del fin del incauto marinero, del robo de su billetera, del teléfono y de la fuga de su asesino.
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La Gran Manzana
Cicerón

Con dificultad logró escapar de sus captores. Su desnudez pasaba desapercibida ante el horror que su presencia provocaba en las calles donde el hambre y la sed lo hicieron matar al primero que se atravesó en su camino, mordisquearlo y beber su sangre ante quienes lo vieron. Corrió hasta Central Park, donde se refugió, y al amanecer, con la cabeza despejada, se observó en un estanque. Solo quedaban unos cuantos pelos en la cara y los brazos, y mientras iba recordando lo sucedido, entendió por qué lo llamaban El lobo de Wall Street.

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Doscientos metros más abajo
Johnny Pinto

Cuando vi entrar a aquellos dos hombres al restaurante reconocí a ese artista peculiar, extravagante y vanguardista que, en su afán por innovar, creaba obras un tanto distópicas con materia orgánica y tintes naturales sobre granito, caliza, hormigón u otras superficies sólidas. Su plática durante la cena me pareció algo ríspida; discutían y en ocasiones manoteaban y, al terminar, los vi salir a la terraza que dominaba toda la ciudad mientras fumaban un habano y bebían coñac.

Minutos después, escuché al pintor exclamar: "¿Ahora lo ve?, se lo dije. ¡Es maravilloso, excelso!; ¡definitivamente insuperable!", a la vez que miraba extasiado hacia la avenida a sus pies para elevar después los brazos y voltear al cielo. Acababa de convertir a su acérrimo crítico en su última creación
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Día 14
Tallerista: Mónica Brasca

El extraño caso del doctor y su paciente
Pitágoras

A los que hayan venido hasta aquí en busca del testigo de un crimen, lamento informarles que llegaron tarde. Acaba de irse. Tiene cita con su psiquiatra, a quien seguramente le contará que presenció un asesinato a sangre fría a media cuadra de su casa. Le dirá que el autor mató con saña a un hombre metiéndole cinco balazos y que, de inmediato, tiró el arma a un basurero antes de irse, tan campante, en el metro. Con certeza, el médico intentará calmarlo; tal vez sugiera que lo imaginó, y anunciándole que nota cierta desmejora, le aumentará la dosis de Valium y quizá, también, la de Prozac. En cuanto el paciente salga del consultorio, el terapeuta, un tanto sorprendido y confuso, revisará el expediente del enfermo, anotará dónde vive e irá al lugar de los hechos. Luego de comprobar que todos los detalles corresponden a lo que escuchó, hurgará entre la basura para cerciorarse de que no quedó ninguna de sus huellas en la pistola.

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La profecía
Simbad

Tras un arduo interrogatorio, el rey y sus guardias se convencieron de que no me había arriesgado a entrar en su habitación para matarlo, sino todo lo contrario. Lo hice para advertirle del peligro que corría y que tomara precauciones al revelarle aquel presagio, según el cual lo matarían en la siguiente ceremonia que se celebrara en el palacio. Él me agradeció el gesto y, antes de liberarme, alzó su copa, deseándome salud y larga vida. Tres días después, al terminar de rendirle honores, el tirano moría ante los ojos del pueblo en la gran pira funeraria donde fue cremado. Jamás descubrieron que las gotas que vertí en su copa al entrar le producirían catalepsia al día siguiente.

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La gran depresión
Gesel van God

El declarante afirmó a la policía que había sido un suicidio. Relató que cerca de la medianoche vio llegar a la víctima hasta aquel almacén clandestino. Al escuchar el primer tiro, buscó refugio para no ser alcanzado por una bala. Después escuchó un estruendo. A pesar de que el cuerpo de aquel hombre tenía treinta y cinco orificios, él insistía en su versión: "¿No les parece un acto suicida enfrentarse solo, a punta de balazos, a Capone y su banda?".
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Día 15
Tallerista: Aída López Sosa

Asesino serial
Apostador

Resultaba inconcebible que todos los días el domador fuese devorado por el león. Finalmente pregunté la razón al dueño del Gran Circo:
—Es muy sencillo: El león, la silla, y el látigo son los mismos. El domador es distinto cada día.

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Todo queda en familia
Lafitte

La situación con la tía Quirina se había vuelto insostenible. Era necia, impertinente, metiche, chismosa, causaba intrigas, roncaba y, además, era cleptómana. El día que apareció colgada del árbol, todos en la familia mostraron sorpresa, horror o pena, y una sonrisa. Había sido envenenada, mostraba heridas de cuchillo y de bala, quemaduras y laceraciones, además de que le cortaron la lengua y las manos. El único testigo juró no haber visto al asesino, aunque con gusto había formado parte del festín. Sabía que si hablaba no quedaría ningún familiar que se hiciera cargo de su condición parapléjica.

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Sobrevivientes de la posguerra
Cicerón

Varios amigos nos reunimos en un restaurante para celebrar un año más y recordar a los que viven lejos. Súbitamente, dos sujetos y una mujer entraron con prisa. Nos amagaron con sus pistolas mientras ella buscaba a una persona entre los demás comensales, al encontrarlo le dio un tiro. Las gafas y su dentadura postiza volaron por los aires. Luego, uno de los hombres se dirigió a la puerta para cubrir la retirada, en tanto que la asesina y el más fornido se llevaban el cadáver a rastras. Pasado el incidente y advertidos de que la muerte ya merodeaba, haciendo de las suyas por nuestro viejo vecindario, continuamos la fiesta. Como están las cosas, tal vez sería la última ocasión que estuviéramos todos juntos.

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Desahuciado
bebé
El pistolero recibió un mensaje en el cual le ofrecían un pago fuera de este mundo por matar a un sujeto. El texto iba acompañado de su fotografía, una lista de los lugares que frecuentaba y las instrucciones para recibir la remuneración por el servicio. Debía buscar entre las pertenencias del difunto un talón con la contraseña para recuperar un bulto en la oficina postal.
Hecha la encomienda siguió las indicaciones. Al abrir el paquete encontró una nota: "Felicidades, buen trabajo. El suicidio es condenado en mi religión. En cuanto a sus honorarios, es usted afortunado: Dios se lo pagará con creces, ya que enfermo y desempleado, estaba en la ruina."

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El fantasma del ocio
Volkandert
De pronto, ante la mirada de incredulidad de sus dos ayudantes, el alguacil rompió en llanto frente al cadáver del escurridizo asesino que había asolado la región por diez años. Sintió que un gran abismo se abría a sus pies y que le esperaba el infierno por haberlo ultimado. Un buen susto habría sido suficiente para asegurar que tendría en qué ocuparse hasta que llegara el momento de su jubilación.

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Visiones nocturnas
Posdata

Durante algunas semanas, después de que aceptó el empleo, no podía olvidar la macabra escena cada vez que se asomaba a esa sala al filo de las ocho y veinte de la noche. En aquella inmensa mansión de Gales, una silueta emergía de las sombras y apuñalaba por la espalda a Lord Pennington. Nunca logró enterarse quién era el asesino, ya que luego de limpiar las manijas de las puertas y los pasamanos de las escaleras, debía asear los baños antes de que iniciara el intermedio de la película.

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Leves ajustes
Murata

Luego de que el futuro director leyera el libreto de la película, en el que una malvada mujer se hacía pasar por institutriz para torturar y matar a un par de niños, quedó profundamente impresionado. El espectador sería testigo de horrores inimaginables. Sin embargo, le pareció que era preciso hacer unos ligeros cambios. Tras convencer a los productores y al guionista sobre los pequeños ajustes que habría que hacer, se inició la filmación poco después. Al cabo de varios meses, el resultado sería el éxito de taquilla llamado Mary Poppins.
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Día 16
Tallerista: Josep M. Nuévalos

Voluntad divina
Gesel van God

Con los ojos como platos y el pelo erizado por la impresión, el niño corría y gritaba como loco, señalando hacia sus espaldas:
—¡Fue Thor! ¡Fue Thor! Yo mismo lo vi.
Mientras tanto, a varios metros detrás, el cuerpo del vecino achicharrado por el rayo aún humeaba.

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Mediocridad literaria y criminal
Lafitte

Las bajas ventas y la opinión generalizada de que sus novelas eran inverosímiles, confusas y teatrales, lo arrastraron a formar su propia banda delictiva. Quiso experimentar el crimen en carne propia y a ras del piso para darle realismo a sus obras. Desde entonces, lo único que escribe son los epitafios de sus críticos y de los autores que le hicieron sombra, en rótulos que deja sobre sus cadáveres. Llevan su sello: continúan siendo inverosímiles, confusos y teatrales.

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Asesinato en el Metro Express
Camaleón

Los ocho testigos confirmaron que la víctima era el supervisor de la oficina. Cada uno reconoció al asesino entre los siete sujetos que aparecían en las fotografías que la policía le entrego a cada quien por separado. Fue así como se supo que, uno tras otro, le habían dado al menos ocho puñaladas al muerto.
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Día 17
Tallerista: Carlos Martín Briceño

La señal
cero

Era en verdad insoportable, se burlaba de nosotros después de cada batazo. Acordamos que estirar tres veces el dedo meñique sería la señal. "Este home run va por tu hermana", dijo una noche, entre risas, cuando tomó su lugar. Hijo de puta, pensé y moví el dedo tres veces. El pitcher asintió con la cabeza y lanzó la recta de 92 millas directo a su cabeza.

Nadie sospechó nada, solo lo sabemos los dos, pero no podemos con la culpa. En realidad, no era un mal tipo, hasta tenía una fundación para ayudar a los pobres. Ahora lo único que hacemos es colocar la pelota asesina en medio de la mesa y emborracharnos para tratar de olvidar.

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Benevolencia
Alameda

Suponen que ya no pienso ni siento. Me desespero por hacerles entender que me agobian el pitido constante de los monitores, los cables que me surcan el cuerpo y el profundo olor a desinfectante. Hago un esfuerzo por descifrar lo que dicen sus queridas voces. El menor conserva una pequeña esperanza y se resiste a la propuesta. Los otros dicen que hace días que ya no existo. Al cabo, los tres concuerdan y firman la autorización.

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Como en los viejos tiempos
bebé

Había mucho ruido cuando recibí la llamada y no escuché bien sus primeras palabras, pero me pareció un gran honor que Artemio me pidiese que fuera su padrino y testigo en la ceremonia. Me recomendó que acudiera bien vestido para la ocasión, de preferencia de frac y chistera. También me pidió que llevase una pistola por si se aparecía su rival y que guardara discreción. Aunque el lugar y la hora me parecieron poco convencionales, acudí puntualmente. Fue cuando entendí. Pensé que se casaba con Valeria, no que fuera a ser cazado por quien competía con él por sus favores, en un duelo.

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Asesinato a manos libres
Camaleón

Entre amenazas y gritos, los asesinos bloquearon una arteria. Más tarde, otra. Poco después, ante la mirada impotente de los paramédicos que luchaban por mantenerlo vivo, moría —dentro de la ambulancia atrapada en el tráfico—, el hombre al que habían intentado matar.

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Disciplina férrea
Cicerón

La falta cometida por el alumno ameritaba la suspensión. Sin demora llamaron al director de la escuela, un hombre robusto y tosco quien, frente a la maestra y sus compañeros, no dudó en aplicar la sanción de inmediato. Luego de tomarlo por el cuello, lo mantuvo suspendido en el aire hasta que dejó de moverse.

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Una mirada al oriente
Pancho Sanza

Cuando se trataba de despedir a un empleado, mi jefe era un experto. Lo observé por varios años y aprendí su técnica, constaba de hasta nueve opciones, desde cordel hasta ametralladora, pasando por un filosísimo cuchillo. El día que cometí un error me citó en un lúgubre callejón. Después de un breve intercambio de miradas, súbitamente perdió la cabeza y, sin más, se fue al infierno olvidando despedirse. Sorprendido de mi poder de disuasión, enfundé mi katana convertida en la décima alternativa, y bajo la complaciente mirada de la luna, caminé entre el vaporoso aliento citadino hasta zambullirme en el bullicio insomne de aquel barrio noctámbulo.

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Naturaleza muerta
Johnny Pinto

Con pájaros y animales silvestres como testigos, elige lugares apartados y tranquilos -—un bosque, una pradera cercana a un lago, un campo de flores al pie de alguna montaña— para ejecutar sus obras. Sabe que los bellos ramilletes de flores que mezclará con las ramas y hojas que habrá de pintar sobre sus inertes lienzos humanos, mantendrán a estos últimos ocultos de los curiosos y la crítica.

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Luna de miel en una isla desierta
Dino Sauri O.


Relató que vio con horror cómo el hombre que perseguía a su mujer le dio una zancadilla y otro la pateó hasta dejarla inconsciente. Añadió que, después de estrangularla, observó que un tercer individuo la arrojaba al mar. Mientras los presentes en el interrogatorio mostraban su desagrado, el psiquiatra que asistía a la fiscalía movió la cabeza y sentenció:
—Sin duda es un caso evidente del síndrome de personalidad múltiple.
—Sí, tiene razón —le respondió el testigo a su alter ego.
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Día 18
Tallerista: Elisa Armas

Delirio de persecución
bebé

Fui a Heathrow a llevarle su automóvil a James, quien volvía de una misión en el Medio Oriente. Aquella tarde el aeropuerto presentaba una agitación inusual. En el trayecto a la ciudad para reportarnos al MI6, él advirtió que nos seguían tres vehículos negros blindados y varias motocicletas. Tras realizar, sin éxito, algunas maniobras para dejarlos atrás, decidió que el ataque es la mejor defensa y comenzó a dispararles. Pese a que ellos respondieron al fuego de inmediato, James empleó todo su arsenal hasta dejarlos muertos y desperdigados a lo largo de varias calles. Pasado el incidente, notamos un gran despliegue policiaco mientras nos acercábamos al cuartel de la inteligencia británica y, al descender del auto, cientos de armas nos apuntaban. Algo parecía andar mal. Como es su costumbre, él logró escapar mientras a mí me detuvieron para interrogarme. Fue cuando me enteré de que el Primer Ministro y su comitiva habían volado en pedazos al impacto de un misil disparado desde el inconfundible Aston Martin plateado de Bond.

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Testigos remotos
Gesel van God

Dos mil doscientos cuarenta y cinco ojos presenciaron el momento en el que el influencer, que transmitía en vivo desde su celular, fue asaltado y murió de tres tiros. Uno de sus seguidores era tuerto.

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El traidor
Simbad

—Una pregunta, señor juez: Si en mi relato no aparecen el asesino, el muerto ni el arma, ¿sigo siendo testigo?
—Ya no. Se convierte en cómplice o encubridor.
—Ah, entonces sí los vi.

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Los sicarios del espejo
Héctor

Debido al éxito que estaba teniendo como narcotraficante, al tipo le crecían los enemigos. Una mala corazonada lo impulsó a viajar al futuro y, disfrazado, se buscó a sí mismo en los lugares que frecuentaba. Una noche en que se escondió en las sombras de un callejón, se vio saliendo de un restaurante. Un hombre que lo acechaba le dio una cuchillada en la espalda y él se convirtió en testigo de su futura muerte. No tuvo dudas: la mirada feroz, la mandíbula cuadrada y las piernas torcidas delataban al asesino. Temblando, se alejó del lugar para regresar cuanto antes al pasado y ordenar a sus hombres que lo liquidaran. Desde entonces vivió tranquilo, sabiéndose a salvo. Años después, saliendo de nuevo de aquel restaurante, se sintió morir cuando la hoja de un cuchillo le atravesó la espalda. ¡Aquellos inútiles de sus sicarios no se habían percatado de que el patizambo tenía un hermano gemelo!
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Día 19
Tallerista: Eliana Soza

El fin de la inocencia
Cicerón

—¿Por qué tienes los ojos tan grandes, abuelita?
—De tanto ver televisión, la computadora y el celular, mi niña.
—¿Y esas orejas enormes?
—Por escuchar tanto Rap, Reguetón y las noticias.
—La nariz... ¿Por qué tan ancha?
—La coca, tú sabes...
—¿Y esa boca tan grande?
—Es culpa de las Big Mac.

Poco después, ante la mirada del lobo que observaba desde la ventana, la ingenua Caperucita era víctima de aquel monstruo de cien cabezas que, al igual que a su abuela años antes, la envolvía con sus lujos, glamur y encantos.

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Black Friday
Murata

No se trataba del día de la venta con descuentos posterior al Día de Acción de Gracias, sino del viernes cuando, tras el apagón, las calles se convirtieron en el infierno. Las armerías fueron saqueadas y no era posible distinguir entre asesinos, víctimas y testigos. El único sobreviviente, quién lo vio todo, estaba al borde de la muerte mientras, en la otra orilla de la cama, descansaba su fusil automático de asalto.

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Destino desconocido
Lafitte

El atestado ascensor se detuvo y nos quedamos a oscuras. Inmediatamente después se escuchó el sonido sordo de un disparo con silenciador y percibimos cuando el cuerpo de alguien que iba en medio cayó muerto. La histeria se apoderó de todos. La luz se restableció momentos más tarde, pero, al igual que la cabina, permanecimos inmóviles mientras nos volteábamos a ver unos a otros sin atinar a qué hacer, sabiendo que había un asesino entre nosotros. Alguien llamó a la policía con su teléfono mientras otro pedía auxilio a través del intercomunicador. Una mujer gritó al descubrir la pistola tirada en el piso y una anciana, que iba acompañada de su simpática nieta, sufrió un ataque de nervios antes de desmayarse.

Cuando nos rescataron, la viejecita —quien apenas podía caminar— recibió atención médica y fue llevada, junto con la pequeña, a su casa, donde declararían, mientras que a los demás nos condujeron a la comisaría en calidad de sospechosos y testigos. Al día siguiente nos enteramos de que, durante la noche, la cándida Eréndira y su abuela desalmada habían desaparecido sin dejar rastro.

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El quinto mandamiento
Héctor

Cuando el sacerdote Ramón escuchó ruidos en la sala de su casa, sacó su pistola de la gaveta y bajó con cuidado; en la oscuridad, sintió que alguien le aprisionó el cuello y ambos forcejearon en el piso. Él se dejó arrebatar el arma y el ladrón, sin pensar, disparó. Allí mismo quedó el delincuente sin vida y el sacerdote, jadeante, sonreía, mientras se persignaba. Esa pistola que dispara a la inversa no había sido una mala idea.

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Hubo una vez un testigo...
Pingüino

El hombre estaba atado a una silla, tenía los ojos vendados y sangraba por nariz y boca.
—¿Puedes repetir lo que dijiste haber visto? —le preguntó una voz.
—Sí, sí. Claro —respondió—. Vi cómo, desde la arboleda, los soldados dispararon a los que protestaban.
—¿Estás seguro de eso?
—Por supuesto.
—Mira, muchacho. Te voy a quitar la venda de los ojos para que lo repitas de nuevo. A ver si la luz te aclara la memoria.
Cuando vio el uniforme y las insignias del militar que lo interrogaba, repitió:
—Vi cómo, quienes parecían soldados, dispararon desde la arboleda contra los que protestaban; pero deben haber sido alborotadores o guerrilleros disfrazados. Sí, sí, eso. Eran guerrilleros terroristas.
—¿Estás seguro?
—Sí. Definitivamente. Eran guerrilleros terroristas.
—¿Puedes jurarlo?
—Por mi santa madre, mi abuela y bisabuela juntas.
—Está bien. No se te olvide lo que acabas de decir y jurar, porque si mientes, te vas a encontrar al diablo.
El capitán lo desató y le indicó que saliera por la puerta trasera. En cuanto dejó la habitación, llamó a uno de sus hombres diciéndole:
—No confío en este desdichado; creo que puede hablar. Ya sabe qué hacer, sargento. Por si las dudas, mejor encárguese de él.

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Testimonio a control remoto
Isishayo

El guardia de seguridad nocturno observó en uno de los monitores de vigilancia que un desconocido había penetrado al edificio. Activó la alarma y mantuvo la vista en las demás pantallas, observando su avance y cómo liquidaba a uno de sus colegas en el trayecto. De inmediato solicitó apoyo, y mientras reportaba a sus superiores por la radio, no perdía detalle de lo que ocurría, hasta que vio que el intruso abría una puerta y entraba en una habitación. Luego de apuntarle a alguien por la espalda, disparaba. En ese instante todo dejó de tener sentido y se volvió negro.
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Día 20
Tallerista: José T. Espinosa-Jácome (“El último Abencerraje”)

El ojo que todo lo ve
Simbad

Nadie se dio cuenta cuando el asesino acuchilló a la víctima en el momento que un vehículo pasaba por el lugar. Luego se marchó por la calle mientras el auto con un curioso artefacto en el techo se alejaba. Esperó hasta que desapareciera y dobló en la siguiente esquina hasta perderse entre la gente. Era muy tarde ya para librarse de lo inevitable. Quienes consultaron Google Street View tiempo después atestiguaron el crimen y lograron identificarlo.

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Desde las alturas
Cicerón

El acusado de asesinato afirmó que, con un cuchillo, el difunto se había infligido a sí mismo las heridas que le causaron la muerte y puso a Dios como testigo. Poco después, entre truenos y relámpagos, se escuchó una voz potente: "No viejo, a mi no me metas en tus cuentos. Yo lo vi todo".

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Peccata minuta
Volkandert

El testigo abogó en favor del acusado del crimen. Dijo conocerlo desde hace veinte años y que era un hombre de bien, pacífico y ecuánime, aunque, como todo ser humano, tenía sus fallas y de vez en cuando, las tentaciones de la carne le hacían faltar al quinto mandamiento.

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El tejedor de sueños
Héctor

Desde hace una semana Felipe sueña con una fábrica abandonada y escucha quejidos. Al fin, después de la misma escena onírica, ve un nombre borroso en el viejo edificio. Lo busca por internet y, al encontrarlo, crece el misterio, su ánimo se inquieta y se dirige hacia allá. Al llegar al lugar encuentra un par de cadáveres putrefactos envueltos en plástico, luego escucha los quejidos de una persona y se va hacia ellos: hay una mujer amarrada a un poste y con cinta adhesiva en la boca. La desata, y al oír pasos, le dice que huya, mientras él se esconde tras de unos barriles. Un tipo lo sorprende y le apunta con una pistola, le pregunta dónde está la chica y es amarrado al poste; ajusta la alarma de un despertador y lo deja en el piso. Luego, sale a rastrear a la muchacha, dejando a Felipe con la esperanza de que otro lo sueñe a él. Suena la alarma, alguien despierta y busca por internet el edificio abandonado.
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Total: 77..
Marina
23 de September de 2022 / 12:16
MINIFICCIONES FINALISTAS DE AGOSTO DE 2022 23 de September de 2022 / 12:16
Marina
 

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