Selecciónes del 9 de agosto
Los juegos del hombre de Phileas Fogg
—Señores, esto no es un Reality Show —anunció el comandante frente a la tropa—. Es un ejercicio real de combate. Aquí no nos jugamos la permanencia en un espectáculo, sino la vida. En tanto yo esté al frente de ustedes, lucharemos hasta la muerte, ¿está claro?
—¡Sii, señor! —respondieron todos a coro.
—De los treinta que somos, solo sobrevivirán los más aptos, ¿entendido?
—¡Entendido, señor!
—¿Alguna duda?
—¡Noo, señor!
—Entonces, ¡empecemos!
Luego de que veintinueve disparos sonaran al mismo tiempo, los soldados se estrecharon las manos y dejando atrás el cadáver, abrazados, entre risas y cantos, se fueron a la taberna del pueblo más cercano a celebrar el fin de las prácticas militares.
Foie gras de Simbad
Los invitados a la mansión estaban más que complacidos por la esplendidez de su anfitrión. La comida era abundante y exquisita. Del amplio y variado menú, Jacques solo se reservaba para sí uno de los platillos que preparaba a la vista de todos: el delicioso producto del hígado graso de alguno de sus anteriores huéspedes. Por desgracia, el único testigo de aquellos crímenes fue convertido en el fiambre
El coronel y el sargento de Hector
Hacía cinco semanas que el coronel había perdido a sus tres hijos y a su esposa en un accidente automovilístico.
A la hora del almuerzo, citó al sargento Ramírez a que se vieran bajo un flamboyán, no muy cerca del regimiento.
El sargento, al llegar al sitio y ver al coronel sentado al pie del árbol con su nueve milímetros en mano, le comenzó
a oler mal el asunto.
—Te quiero pedir un favor, Ramírez.
—Lo que quiera, mi coronel.
—Hace tres días un médico hijo de puta me dijo que tengo cáncer de próstata y que es terminal —el sargento tragó saliva— y que... con suerte, podría vivir unos seis meses.
—Lo siento, mi coronel.
—Bien, Ramírez, te pido que me mates.
—Pero...pero, coronel ¿por qué yo?
—Porque sé que ya mataste a dos.
—Pero ellos me apuntaron primero, mi coronel, fue en defensa propia ¿y por qué no se suicida?
—¡Sargento de mierda, te di una orden, mátame o te mato yo!
El sargento dio medio paso atrás y sacó su treintaiocho especial, apuntando al suelo.
— ¡Firme, pedazo de mierda! ¿Qué irrespeto es ese de sacarle el arma a un superior?
El sargento se puso en posición firme, haciendo el saludo manual con la pistola tocando su visera.
—Te voy a decir algo, recluta, solo para darte gusto: si te mato, me suicido; así que, contaré hasta tres.
—Pero, coronel, espere...— el miedo del sargento se puso alerta.
—Uno... dos... tres.
Dos detonaciones provocaron la huida de los pájaros del flamboyán..
—Señores, esto no es un Reality Show —anunció el comandante frente a la tropa—. Es un ejercicio real de combate. Aquí no nos jugamos la permanencia en un espectáculo, sino la vida. En tanto yo esté al frente de ustedes, lucharemos hasta la muerte, ¿está claro?
—¡Sii, señor! —respondieron todos a coro.
—De los treinta que somos, solo sobrevivirán los más aptos, ¿entendido?
—¡Entendido, señor!
—¿Alguna duda?
—¡Noo, señor!
—Entonces, ¡empecemos!
Luego de que veintinueve disparos sonaran al mismo tiempo, los soldados se estrecharon las manos y dejando atrás el cadáver, abrazados, entre risas y cantos, se fueron a la taberna del pueblo más cercano a celebrar el fin de las prácticas militares.
Foie gras de Simbad
Los invitados a la mansión estaban más que complacidos por la esplendidez de su anfitrión. La comida era abundante y exquisita. Del amplio y variado menú, Jacques solo se reservaba para sí uno de los platillos que preparaba a la vista de todos: el delicioso producto del hígado graso de alguno de sus anteriores huéspedes. Por desgracia, el único testigo de aquellos crímenes fue convertido en el fiambre
El coronel y el sargento de Hector
Hacía cinco semanas que el coronel había perdido a sus tres hijos y a su esposa en un accidente automovilístico.
A la hora del almuerzo, citó al sargento Ramírez a que se vieran bajo un flamboyán, no muy cerca del regimiento.
El sargento, al llegar al sitio y ver al coronel sentado al pie del árbol con su nueve milímetros en mano, le comenzó
a oler mal el asunto.
—Te quiero pedir un favor, Ramírez.
—Lo que quiera, mi coronel.
—Hace tres días un médico hijo de puta me dijo que tengo cáncer de próstata y que es terminal —el sargento tragó saliva— y que... con suerte, podría vivir unos seis meses.
—Lo siento, mi coronel.
—Bien, Ramírez, te pido que me mates.
—Pero...pero, coronel ¿por qué yo?
—Porque sé que ya mataste a dos.
—Pero ellos me apuntaron primero, mi coronel, fue en defensa propia ¿y por qué no se suicida?
—¡Sargento de mierda, te di una orden, mátame o te mato yo!
El sargento dio medio paso atrás y sacó su treintaiocho especial, apuntando al suelo.
— ¡Firme, pedazo de mierda! ¿Qué irrespeto es ese de sacarle el arma a un superior?
El sargento se puso en posición firme, haciendo el saludo manual con la pistola tocando su visera.
—Te voy a decir algo, recluta, solo para darte gusto: si te mato, me suicido; así que, contaré hasta tres.
—Pero, coronel, espere...— el miedo del sargento se puso alerta.
—Uno... dos... tres.
Dos detonaciones provocaron la huida de los pájaros del flamboyán..
Lucía
05 de September de 2022 / 17:24
05 de September de 2022 / 17:24
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