LA TESTIGO MUDA, de Luz y Fer

La vieja escuchó los ruidos, el forcejeo, los gritos, un golpe seco, los quejidos de su marido y después, nada. Esperaba no haber sido vista en aquella oscuridad. El asesino se le acercó sigilosamente mientras ella, escondida en sus tinieblas, buscaba con las manos algún objeto para defenderse. Después de limpiarlo, el hombre dejó el pesado candelabro sobre la mesa sin hacer ruido, dio media vuelta y salió por la ventana abierta. La habría matado también, pero la ceguera garantizaba su silencio.

EL DUELO DE DIONISIO, de Pseudónimo

Tras la violenta muerte de su padre, acompañé a mi amigo a lo largo de las etapas del proceso. Al principio, durante la negación se rehusaba a admitir la realidad. Después vino la ira: enfurecía cuando decíamos que nadie mejor que él pudo haberla evitado. Luego, en la negociación, se preguntaba qué habría ocurrido si no hubiera salido a relucir el arma o si no hubiese tenido balas. Más tarde cayó en la depresión. Con ella surgió el sentimiento de inseguridad, de un enorme vacío y que ya nada sería igual para él. Por último, al llegar la aceptación, se resignó a adaptarse a las circunstancias y a seguir adelante con su vida. Finalmente había descubierto su verdadera vocación y sin más incertidumbre sobre el futuro, ahora es feliz en su nuevo empleo como asesino a sueldo.

DIFÍCIL DE MATAR, de Serpico

La vida se había vuelto demasiado monótona para Anselmo. Solo la emoción del acecho nocturno, de la cacería de aquel asesino que había sembrado el terror en la ciudad y de la adrenalina a tope le daban interés a su vida. Estaba seguro de que debía de ser todo un maestro del disfraz. Después de haberlo matado más de veinte veces —como podía atestiguar su cuchillo—, reaparecía con una nueva apariencia siniestra: un taxista travesti, la mujer histérica del tercer piso, el vendedor de seguros, un niño mimado y voluntarioso en el supermercado o el encantador de serpientes de la plaza.

EL ALQUIMISTA, de Simbad

Debía determinarse la causa de las muertes que los testigos le adjudicaban a don Jacinto. La competencia y habilidad del médico forense quedaron demostradas cuando, de manera pulcra y con todo el rigor científico, estableció que esos lamentables decesos se debían, sin lugar a dudas, a las altas concentraciones de plomo en las víctimas.

SICARIOS, de Murata

Ninguno de nosotros se atreve a contradecir al jefe. Quienes lo hacen reciben un tiro en la frente. Ese infeliz siempre tiene la razón y es imposible vivir así.
—Ya morirá algún día —me dijo por lo bajo uno de mis compañeros.
—¿Pero cuándo? —le respondí.
—El día en que a todos juntos nos asista la razón..
Tomás del Rey
02 de September de 2022 / 00:10
Selecciones 10 de agosto 02 de September de 2022 / 00:10
Tomás del Rey
 

Para poder escribir en la Marina, tienes que registrarte como usuario o ingresa.