Selección día 19
El fin de la inocencia de Cicerón
—¿Por qué tienes los ojos tan grandes, abuelita?
—De tanto ver televisión, la computadora y el celular, mi niña.
—¿Y esas orejas enormes?
—Por escuchar tanto Rap, Reguetón y las noticias.
—La nariz... ¿Por qué tan ancha?
—La coca, tú sabes...
—¿Y esa boca tan grande?
—Es culpa de las Big Mac.
Poco después, ante la mirada del lobo que observaba desde la ventana, la ingenua Caperucita era víctima de aquel monstruo de cien cabezas que, al igual que a su abuela años antes, la envolvía con sus lujos, glamur y encantos.
Black Friday de Murata
No se trataba del día de la venta con descuentos posterior al Día de Acción de Gracias, sino del viernes cuando, tras el apagón, las calles se convirtieron en el infierno. Las armerías fueron saqueadas y no era posible distinguir entre asesinos, víctimas y testigos. El único sobreviviente, quién lo vio todo, estaba al borde de la muerte mientras, en la otra orilla de la cama, descansaba su fusil automático de asalto.
Destino desconocido de Lafitte
El atestado ascensor se detuvo y nos quedamos a oscuras. Inmediatamente después se escuchó el sonido sordo de un disparo con silenciador y percibimos cuando el cuerpo de alguien que iba en medio cayó muerto. La histeria se apoderó de todos. La luz se restableció momentos más tarde, pero, al igual que la cabina, permanecimos inmóviles mientras nos volteábamos a ver unos a otros sin atinar a qué hacer, sabiendo que había un asesino entre nosotros. Alguien llamó a la policía con su teléfono mientras otro pedía auxilio a través del intercomunicador. Una mujer gritó al descubrir la pistola tirada en el piso y una anciana, que iba acompañada de su simpática nieta, sufrió un ataque de nervios antes de desmayarse.
Cuando nos rescataron, la viejecita —quien apenas podía caminar— recibió atención médica y fue llevada, junto con la pequeña, a su casa, donde declararían, mientras que a los demás nos condujeron a la comisaría en calidad de sospechosos y testigos. Al día siguiente nos enteramos de que, durante la noche, la cándida Eréndira y su abuela desalmada habían desaparecido sin dejar rastro.
El quinto mandamiento Héctor
Cuando el sacerdote Ramón escuchó ruidos en la sala de su casa, sacó su pistola de la gaveta y bajó con cuidado; en la oscuridad, sintió que alguien le aprisionó el cuello y ambos forcejearon en el piso. Él se dejó arrebatar el arma y el ladrón, sin pensar, disparó. Allí mismo quedó el delincuente sin vida y el sacerdote, jadeante, sonreía, mientras se persignaba. Esa pistola que dispara a la inversa no había sido una mala idea.
Hubo una vez un testigo... de Pingüino
El hombre estaba atado a una silla, tenía los ojos vendados y sangraba por nariz y boca.
—¿Puedes repetir lo que dijiste haber visto? —le preguntó una voz.
—Sí, sí. Claro —respondió—. Vi cómo, desde la arboleda, los soldados dispararon a los que protestaban.
—¿Estás seguro de eso?
—Por supuesto.
—Mira, muchacho. Te voy a quitar la venda de los ojos para que lo repitas de nuevo. A ver si la luz te aclara la memoria.
Cuando vio el uniforme y las insignias del militar que lo interrogaba, repitió:
—Vi cómo, quienes parecían soldados, dispararon desde la arboleda contra los que protestaban; pero deben haber sido alborotadores o guerrilleros disfrazados. Sí, sí, eso. Eran guerrilleros terroristas.
—¿Estás seguro?
—Sí. Definitivamente. Eran guerrilleros terroristas.
—¿Puedes jurarlo?
—Por mi santa madre, mi abuela y bisabuela juntas.
—Está bien. No se te olvide lo que acabas de decir y jurar, porque si mientes, te vas a encontrar al diablo.
El capitán lo desató y le indicó que saliera por la puerta trasera. En cuanto dejó la habitación, llamó a uno de sus hombres diciéndole:
—No confío en este desdichado; creo que puede hablar. Ya sabe qué hacer, sargento. Por si las dudas, mejor encárguese de él.
Testimonio a control remoto de Isishayo
El guardia de seguridad nocturno observó en uno de los monitores de vigilancia que un desconocido había penetrado al edificio. Activó la alarma y mantuvo la vista en las demás pantallas, observando su avance y cómo liquidaba a uno de sus colegas en el trayecto. De inmediato solicitó apoyo, y mientras reportaba a sus superiores por la radio, no perdía detalle de lo que ocurría, hasta que vio que el intruso abría una puerta y entraba en una habitación. Luego de apuntarle a alguien por la espalda, disparaba. En ese instante todo dejó de tener sentido y se volvió negro..
—¿Por qué tienes los ojos tan grandes, abuelita?
—De tanto ver televisión, la computadora y el celular, mi niña.
—¿Y esas orejas enormes?
—Por escuchar tanto Rap, Reguetón y las noticias.
—La nariz... ¿Por qué tan ancha?
—La coca, tú sabes...
—¿Y esa boca tan grande?
—Es culpa de las Big Mac.
Poco después, ante la mirada del lobo que observaba desde la ventana, la ingenua Caperucita era víctima de aquel monstruo de cien cabezas que, al igual que a su abuela años antes, la envolvía con sus lujos, glamur y encantos.
Black Friday de Murata
No se trataba del día de la venta con descuentos posterior al Día de Acción de Gracias, sino del viernes cuando, tras el apagón, las calles se convirtieron en el infierno. Las armerías fueron saqueadas y no era posible distinguir entre asesinos, víctimas y testigos. El único sobreviviente, quién lo vio todo, estaba al borde de la muerte mientras, en la otra orilla de la cama, descansaba su fusil automático de asalto.
Destino desconocido de Lafitte
El atestado ascensor se detuvo y nos quedamos a oscuras. Inmediatamente después se escuchó el sonido sordo de un disparo con silenciador y percibimos cuando el cuerpo de alguien que iba en medio cayó muerto. La histeria se apoderó de todos. La luz se restableció momentos más tarde, pero, al igual que la cabina, permanecimos inmóviles mientras nos volteábamos a ver unos a otros sin atinar a qué hacer, sabiendo que había un asesino entre nosotros. Alguien llamó a la policía con su teléfono mientras otro pedía auxilio a través del intercomunicador. Una mujer gritó al descubrir la pistola tirada en el piso y una anciana, que iba acompañada de su simpática nieta, sufrió un ataque de nervios antes de desmayarse.
Cuando nos rescataron, la viejecita —quien apenas podía caminar— recibió atención médica y fue llevada, junto con la pequeña, a su casa, donde declararían, mientras que a los demás nos condujeron a la comisaría en calidad de sospechosos y testigos. Al día siguiente nos enteramos de que, durante la noche, la cándida Eréndira y su abuela desalmada habían desaparecido sin dejar rastro.
El quinto mandamiento Héctor
Cuando el sacerdote Ramón escuchó ruidos en la sala de su casa, sacó su pistola de la gaveta y bajó con cuidado; en la oscuridad, sintió que alguien le aprisionó el cuello y ambos forcejearon en el piso. Él se dejó arrebatar el arma y el ladrón, sin pensar, disparó. Allí mismo quedó el delincuente sin vida y el sacerdote, jadeante, sonreía, mientras se persignaba. Esa pistola que dispara a la inversa no había sido una mala idea.
Hubo una vez un testigo... de Pingüino
El hombre estaba atado a una silla, tenía los ojos vendados y sangraba por nariz y boca.
—¿Puedes repetir lo que dijiste haber visto? —le preguntó una voz.
—Sí, sí. Claro —respondió—. Vi cómo, desde la arboleda, los soldados dispararon a los que protestaban.
—¿Estás seguro de eso?
—Por supuesto.
—Mira, muchacho. Te voy a quitar la venda de los ojos para que lo repitas de nuevo. A ver si la luz te aclara la memoria.
Cuando vio el uniforme y las insignias del militar que lo interrogaba, repitió:
—Vi cómo, quienes parecían soldados, dispararon desde la arboleda contra los que protestaban; pero deben haber sido alborotadores o guerrilleros disfrazados. Sí, sí, eso. Eran guerrilleros terroristas.
—¿Estás seguro?
—Sí. Definitivamente. Eran guerrilleros terroristas.
—¿Puedes jurarlo?
—Por mi santa madre, mi abuela y bisabuela juntas.
—Está bien. No se te olvide lo que acabas de decir y jurar, porque si mientes, te vas a encontrar al diablo.
El capitán lo desató y le indicó que saliera por la puerta trasera. En cuanto dejó la habitación, llamó a uno de sus hombres diciéndole:
—No confío en este desdichado; creo que puede hablar. Ya sabe qué hacer, sargento. Por si las dudas, mejor encárguese de él.
Testimonio a control remoto de Isishayo
El guardia de seguridad nocturno observó en uno de los monitores de vigilancia que un desconocido había penetrado al edificio. Activó la alarma y mantuvo la vista en las demás pantallas, observando su avance y cómo liquidaba a uno de sus colegas en el trayecto. De inmediato solicitó apoyo, y mientras reportaba a sus superiores por la radio, no perdía detalle de lo que ocurría, hasta que vio que el intruso abría una puerta y entraba en una habitación. Luego de apuntarle a alguien por la espalda, disparaba. En ese instante todo dejó de tener sentido y se volvió negro..
Eliana Soza
29 de August de 2022 / 03:18
29 de August de 2022 / 03:18
Para poder escribir en la Marina, tienes que registrarte como usuario o ingresa.