SELECCIONES DEL 14 DE AGOSTO
El extraño caso del doctor y su paciente, de Pitágoras
A los que hayan venido hasta aquí en busca del testigo de un crimen, lamento informarles que llegaron tarde. Acaba de irse. Tiene cita con su psiquiatra, a quien seguramente le contará que presenció un asesinato a sangre fría a media cuadra de su casa. Le dirá que el autor mató con saña a un hombre metiéndole cinco balazos y que, de inmediato, tiró el arma a un basurero antes de irse, tan campante, en el metro. Con certeza, el médico intentará calmarlo; tal vez sugiera que lo imaginó, y anunciándole que nota cierta desmejora, le aumentará la dosis de Valium y quizá, también, la de Prozac. En cuanto el paciente salga del consultorio, el terapeuta, un tanto sorprendido y confuso, revisará el expediente del enfermo, anotará dónde vive e irá al lugar de los hechos. Luego de comprobar que todos los detalles corresponden a lo que escuchó, hurgará entre la basura para cerciorarse de que no quedó ninguna de sus huellas en la pistola.
La profecía, de Simbad
Tras un arduo interrogatorio, el rey y sus guardias se convencieron de que no me había arriesgado a entrar en su habitación para matarlo, sino todo lo contrario. Lo hice para advertirle del peligro que corría y que tomara precauciones al revelarle aquel presagio, según el cual lo matarían en la siguiente ceremonia que se celebrara en el palacio. Él me agradeció el gesto y, antes de liberarme, alzó su copa, deseándome salud y larga vida. Tres días después, al terminar de rendirle honores, el tirano moría ante los ojos del pueblo en la gran pira funeraria donde fue cremado. Jamás descubrieron que las gotas que vertí en su copa al entrar le producirían catalepsia al día siguiente.
La gran depresión, de Gesel van God
El declarante afirmó a la policía que había sido un suicidio. Relató que cerca de la medianoche vio llegar a la víctima hasta aquel almacén clandestino. Al escuchar el primer tiro, buscó refugio para no ser alcanzado por una bala. Después escuchó un estruendo. A pesar de que el cuerpo de aquel hombre tenía treinta y cinco orificios, él insistía en su versión: "¿No les parece un acto suicida enfrentarse solo, a punta de balazos, a Capone y su banda?".
A los que hayan venido hasta aquí en busca del testigo de un crimen, lamento informarles que llegaron tarde. Acaba de irse. Tiene cita con su psiquiatra, a quien seguramente le contará que presenció un asesinato a sangre fría a media cuadra de su casa. Le dirá que el autor mató con saña a un hombre metiéndole cinco balazos y que, de inmediato, tiró el arma a un basurero antes de irse, tan campante, en el metro. Con certeza, el médico intentará calmarlo; tal vez sugiera que lo imaginó, y anunciándole que nota cierta desmejora, le aumentará la dosis de Valium y quizá, también, la de Prozac. En cuanto el paciente salga del consultorio, el terapeuta, un tanto sorprendido y confuso, revisará el expediente del enfermo, anotará dónde vive e irá al lugar de los hechos. Luego de comprobar que todos los detalles corresponden a lo que escuchó, hurgará entre la basura para cerciorarse de que no quedó ninguna de sus huellas en la pistola.
La profecía, de Simbad
Tras un arduo interrogatorio, el rey y sus guardias se convencieron de que no me había arriesgado a entrar en su habitación para matarlo, sino todo lo contrario. Lo hice para advertirle del peligro que corría y que tomara precauciones al revelarle aquel presagio, según el cual lo matarían en la siguiente ceremonia que se celebrara en el palacio. Él me agradeció el gesto y, antes de liberarme, alzó su copa, deseándome salud y larga vida. Tres días después, al terminar de rendirle honores, el tirano moría ante los ojos del pueblo en la gran pira funeraria donde fue cremado. Jamás descubrieron que las gotas que vertí en su copa al entrar le producirían catalepsia al día siguiente.
La gran depresión, de Gesel van God
El declarante afirmó a la policía que había sido un suicidio. Relató que cerca de la medianoche vio llegar a la víctima hasta aquel almacén clandestino. Al escuchar el primer tiro, buscó refugio para no ser alcanzado por una bala. Después escuchó un estruendo. A pesar de que el cuerpo de aquel hombre tenía treinta y cinco orificios, él insistía en su versión: "¿No les parece un acto suicida enfrentarse solo, a punta de balazos, a Capone y su banda?".
Mónica Brasca
27 de August de 2022 / 03:25
27 de August de 2022 / 03:25
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