Diez mil y una, de Rudolf

Hace años que el rosa abandonó sus mejillas y que el viejo zorro de Shariar, que ahora confía plenamente en ella, se quedó sordo y casi no puede escucharla. Aun así, en cuanto el anciano se duerme, Sherezade sale a hurtadillas del palacio. A cambio de unas monedas recoge historias, frescas y jugosas, en las tabernas donde beben los marineros recién desembarcados; en los burdeles de donde sueñan escapar las muchachas; en las puertas del mercado, donde las campesinas extienden sobre gastados trozos de lona un puñado de dátiles, dos docenas de hojuelas o una cántara de miel. Con ellas alimenta lo que fue su salvación y ahora es su condena: la pasión por contar.

Celestina de libre albedrío, de Aarón

La vieja pelleja se siente ya muy mayor para andar trasteando con sus potingues arriba y abajo por la tragicomedia del bachiller Fernando de Rojas. Se duele de los muchos actos que tiene la obra y de ir trotando de página en página con su carromato cargado de peines, ovillos, perfumes y hierbas para el mal de amores. Sobre todo para que se lleven la fama esos descerebrados, Calisto y Melibea —piensa—, que ni tan siquiera aciertan a dominar sus apetitos y calenturas. No, ella ya no tiene el cuerpo para tanto galope, necesita algo que esté más a su altura.
Por contactos de aquí y allá, le llegan noticias de otra obrilla en una estantería superior donde, a buen seguro, podría mercadear sus servicios con mayores holguras. Conforme se va acercando, escucha la doliente voz que surge desde el abismo interior del libro:
—“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta”.
Su olfato de alcahueta le dice que, para aquel menester, no le harán falta andadores. Y, mientras golpea en el portal de la comitragedia, va hincando sus colmillos entre aquellas palabras que anticipan los banquetes que la esperan a libro abierto.


La verdadera historia, de Simbad

Después de años de robar a los poderosos para repartir el botín entre los desposeídos, Robin Hood se dio cuenta de su error. Por más que hacía, los potentados eran cada vez más ricos, los pobres seguían en la miseria y, encima de ello, eran más, pues se reproducían como conejos. Los números no le cuadraban.
Con ayuda de Lady Marian, Tuck y otros a quienes pudo convencer, se dedicó a fundar escuelas, a establecer talleres y fábricas, además de crear la primera clínica de control natal. Al retirarse a su granja porcina, ya se había convertido en el más destacado pequeño cerdo capitalista de la comarca de Nottingham..
Mónica Brasca
26 de November de 2021 / 12:47
SELECCIONES DEL 14/11/21 26 de November de 2021 / 12:47
Mónica Brasca
 

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