Selección 10 de diciembre final: Leonor y Pitecantropus
1. Leonor: "Observación, recolección de datos y variable experimental"
Escondida detrás de la estantería de poesía americana te contemplo en la biblioteca de la universidad: abstraído en el libro, siempre circunspecto. Aséptica apariencia la tuya con toques de castidad que intento imaginar en ritmo orgásmico y no lo consigo.
Hoy me atreví a preguntarle a la empleada sobre lo que lees con tanta fruición.
—El tema de su doctorado: “La poesía erótica del siglo de oro español”, así que…, infiera usted.
En un papel he escrito versos, que dicen son de Quevedo, y al pasar te los he dejado sobre al adusto escritorio de roble en el que trabajas.
Sorprendido miras cómo me alejo en contoneo insinuante.
«Y dijo entonces la fregona al conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
—Pues sople este tizón Vueseñoría».
Escondida detrás de la estantería de poesía americana, te espío divertida.
2. Pitecantropus: "Pole dancing"
Cuando llegué con dos amigos a un bar en aquel pueblo había pocos clientes. En una mesa al otro extremo, una bella mujer charlaba con uno de ellos. Al verla, me regresó la mirada y sonrió. La ignoré. No quería meterme en problemas en un lugar extraño lejos de casa.
Poco después el hombre partió, ella me miró nuevamente, y mientras se acercaba a nuestra mesa, la testosterona hacía ebullición. Platicamos por largo rato tomando cerveza, hasta que externó su deseo de bailar. Le tendí la mano para complacerla y rio. Me explicó que era su primer día en ese lugar y que no había un tubo. Entendí. En broma le ofrecí servirle de poste para que bailara para nosotros… y aceptó.
Ver y sentir, inmóvil, a esa hembra audaz asirse de mí, recorriendo con sensualidad su cuerpo y el mío mientras su ropa caía, incitándome, envolviéndose en mí, palpando la protuberancia en mi entrepierna y ofreciendo a mis ojos sus pechos en flor, un pubis apenas poblado y sus apetecibles contornos, era más de lo que podía soportar.
Cuando terminó la música yo estaba tan rígido como los cuerpos cavernosos que irrigan la región por donde paseó. Mis acompañantes tuvieron que intervenir antes de que sufriera un paro cardiaco fulminante. Me inclinaron. Uno me tomó de los pies, el otro de la cabeza y me llevaron hasta el auto. Fue imposible introducirme y tras varios intentos, tuve que regresar en autobús, de pie..
Escondida detrás de la estantería de poesía americana te contemplo en la biblioteca de la universidad: abstraído en el libro, siempre circunspecto. Aséptica apariencia la tuya con toques de castidad que intento imaginar en ritmo orgásmico y no lo consigo.
Hoy me atreví a preguntarle a la empleada sobre lo que lees con tanta fruición.
—El tema de su doctorado: “La poesía erótica del siglo de oro español”, así que…, infiera usted.
En un papel he escrito versos, que dicen son de Quevedo, y al pasar te los he dejado sobre al adusto escritorio de roble en el que trabajas.
Sorprendido miras cómo me alejo en contoneo insinuante.
«Y dijo entonces la fregona al conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
—Pues sople este tizón Vueseñoría».
Escondida detrás de la estantería de poesía americana, te espío divertida.
2. Pitecantropus: "Pole dancing"
Cuando llegué con dos amigos a un bar en aquel pueblo había pocos clientes. En una mesa al otro extremo, una bella mujer charlaba con uno de ellos. Al verla, me regresó la mirada y sonrió. La ignoré. No quería meterme en problemas en un lugar extraño lejos de casa.
Poco después el hombre partió, ella me miró nuevamente, y mientras se acercaba a nuestra mesa, la testosterona hacía ebullición. Platicamos por largo rato tomando cerveza, hasta que externó su deseo de bailar. Le tendí la mano para complacerla y rio. Me explicó que era su primer día en ese lugar y que no había un tubo. Entendí. En broma le ofrecí servirle de poste para que bailara para nosotros… y aceptó.
Ver y sentir, inmóvil, a esa hembra audaz asirse de mí, recorriendo con sensualidad su cuerpo y el mío mientras su ropa caía, incitándome, envolviéndose en mí, palpando la protuberancia en mi entrepierna y ofreciendo a mis ojos sus pechos en flor, un pubis apenas poblado y sus apetecibles contornos, era más de lo que podía soportar.
Cuando terminó la música yo estaba tan rígido como los cuerpos cavernosos que irrigan la región por donde paseó. Mis acompañantes tuvieron que intervenir antes de que sufriera un paro cardiaco fulminante. Me inclinaron. Uno me tomó de los pies, el otro de la cabeza y me llevaron hasta el auto. Fue imposible introducirme y tras varios intentos, tuve que regresar en autobús, de pie..
Tomás del Rey
29 de December de 2020 / 02:34
29 de December de 2020 / 02:34
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